viernes, 23 de diciembre de 2011

Posar para la nada es lo mejor que se puede hacer

Se van, y sus cuerpos arrastrando las maletas, llenos de vida, se van. Cada uno recorta una silueta de pequeños movimientos propios, se distinguen entre la gente, hablan entre ellos, resplandecen. Me quedo solo, por primera vez en cuatro días. Dentro del coche hay un silencio de cripta, y puedo escuchar por separado cada sonido seco: el rechinar del retrovisor cuando lo coloco en buena posición para mis ojos, la palanca de cambio cuando meto primera, el acelerador… ya no hay un valor estético que conecte las pequeñas acciones como lo había antes, cuando todo parecía importante.

Después de dejar a mis amigos en el aeropuerto, me toca devolver el coche de alquiler. No conozco las calles de Lisboa, y me guía el GPS menos funcional con el que he tratado en mi vida. ¿Cómo se puede lanzar al mercado algo así? Un producto que falla en lo más básico, inútil. Podría dormir cien años, el cansancio acumulado me limita el horizonte, visión túnel. Serpenteo por las calles viejas, escuchando cada ruido de la ciudad y del coche aislado del resto, viendo claramente cómo las capas de sonido se superponen para crear la banda sonora. No tengo ni un puto CD que ponerme, y soy una persona espiritualmente incapaz de conducir sin música. Le quita toda la estética y lo reduce todo a ir del punto A al punto B. El camino es una pérdida de tiempo, un medio para un fin. 

Paramos un taxi para ir de A a B, hace un par de días. Le pregunté al taxista si podía poner música (por favor). Me contestó que el coche era muy viejo, que NO TENÍA música. Ni radio, ni nada. Cada puto día ese señor recorre un buen puñado de kilómetros sin música. Pensé en él de manera triste, y luego me vi a mí mismo intentando imponer mi modo de vida. “Para él no será importante”, continué con mi reflexión, “y aunque me parezca triste que la música no sea importante para alguien, objetivamente no tendría por qué serlo”. Edu interrumpió mi reflexión preguntándome algo totalmente intrascendente que respondí mecánicamente, y esa pequeña interacción me generó una pequeña corriente de placer. Era bonito todo aquello, y después nos reuniríamos con el resto, que llegarían con otro taxi, y les contaríamos que el taxista no tenía música y lo raro que nos parecía todo aquello. 

El silencio da valor al no-silencio, y es necesario para tocar pie. Pero es aburrido cuando carece de sentido. Los sonidos de Lisboa al volante componen una pequeña maquinaria que trasluce personalidad, pero ahora me pondría un poco de Lee Morgan para volverlo un viaje oscuro y loco. No suelo meter a Morgan en el grupo de mis favoritos, pero a veces lo hago. Supongo que lo meto ahí menos veces que a otros, pero ahora mismo es de mis favoritos. Ahora me pondría el Live at the Lighthouse y desearía que mi viaje durase todo el triple disco, impregnaría todo de significado y los sonidos de Lisboa se colarían entre las lenguas de viento y las doscientas notas al segundo. Muy oscuro, sacando lo peor de la raza, de una manera que sólo entendemos Lee Morgan y yo. Entonces deja de haber gente en la calle, ya sólo hay lagartos, buitres, hienas vestidas de etiqueta y mucha absenta bañando los bares y las gargantas. Las luces brillantes que emanan de las casas de striptease rebotan en los cristales de mi Mercedes viejo y amarillento. Un coche demasiado grande para mí. Un grupo de hijos de puta vistiendo cuero me lanzan una botella, que estalla contra la luna delantera y el líquido tóxicamente alcohólico distorsiona mi perspectiva en oleadas mientras se resbala y va cayendo. Y de repente me hace falta una carretera muy larga y sin semáforos, y sin leyes ni luz. Sólo algunos matojos que cambian su posición amenazante según emito luz con las largas o con las cortas, más o menos abstractos. Piso el acelerador para llegar a tiempo a ver la última actuación del jazzista, su último trompeteo antes de que su mujer entre por la puerta del bar y le dispare en el pecho por infiel. Me limpio la cara de sangre de Lee Morgan y no puedo dejar de verle un cariz mítico al hecho. Soy magnánimo con la asesina y prefiero irme despacio por donde he venido. Hasta la oscuridad de Live in the Lighthouse cierra con el estallido de luz de The Sidewinder.



Pero no tengo a Lee Morgan, así que mi cabeza va cerrando el capítulo que ha supuesto este fin de semana en mi (nuestras) vida(s). Desde el minuto uno de estar todos juntos se respiraba ese ambiente donde las cosas insignificantes valen la pena. Hay algo que nos une y por lo que somos, por lo que le damos valor a nuestras tonterías. Posamos para la nada, extraemos el surrealismo de los detalles, nos damos un carrusel de momentos… y todo ello camuflado entre risas, conversaciones banales y algunos insultos y palabrotas. Casi nunca hablaremos de cosas serias como si fueran cosas serias, luego cada uno lleva dentro su sistema de pesos y emociones y todos sabemos que el resto son nuestros yoes, nuestras pequeñas proyecciones externas a través de las cuales nos reflejamos, nos vemos, cambiamos y extraemos nuestra verdad. Podemos usar miles de vehículos: una visita turística, un bar y unas cervezas, una sesión de vídeos tontos de YouTube… cualquier cosa que genere un contexto que nos agrupe y que nos fuerce a interactuar. Buscar un estándar sobre el que desarrollar la improvisación. Que tenga lugar la celebración de uno mismo. Y cuando se me hincha la cara de contento porque me entra la música por un oído y mis amigos por los ojos, peto, y es para lo que vivo joder, para petar.

martes, 13 de diciembre de 2011

A los perdidos

De todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el Símbolo: confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida. Creemos que es esa omnipotencia universal, porque Dios, que ha creado todo, rige todo y lo puede todo; es amorosa, porque Dios es nuestro Padre; es misteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla cuando "se manifiesta en la debilidad" (2 Co 12,9; cf. 1 Co 1,18).

Lo que tendría que haber sido una especie de relato-diario emocionante sobre grandes aventuras, hazañas de grupo, el consumo de croquetas de bacalao y cerveza superbock, delirantes viajes en taxis, frustraciones en entradas de discoteca y fado, a lo largo de los cinco días de viaje en la ciudad de Lisboa, fue transformándose en mi mente a través de largas esperas en cama en intentos de conciliación del sueño.

Martes 13 de Diciembre de 2011 (1º Aniversario)

Hoy empecé a correr. Aparté la cortina roja teatral con mi mano derecha y eche a correr por caminos cada vez más estrechos, entre una flora pobre repleta de secos arbustos que iban cerrando cada vez más mi camino. Corría. Corría. Corría. Aun pareciendo cada vez más angosto, el camino no llegaba nunca a su fin, así que seguía corriendo. Demasiado sacrificio para mi primer día. Por fin encontré un hueco por donde escapar. Pequeño, no demasiado a tractivo a primera vista, pero resultaba mi única vía de escapatoria.

Introduje la cabeza, cada uno de mis pensamientos que dan forma a mi anatomía única dentro del abanico de posibilidades que otorga el ser humano. Negro, oscuro. Fragmentación cerebral, algún cosquilleo onírico en la zona de la rabadilla. Tele-trasportación.

Allí me planté y en el tablao flamenco me colé. “Muchacho, eres un indisciplinado. No rompas el compás. Los aplausos se dan al final”. “Dejar al muchacho, que es la última noche” dijo Enrique. Que difícil resulta el compás de los fandangos de 12 tiempos. “La fiesta continue, que la vida son dos días y la quiero vivir entera”. Gente de lo más variopinto. Vinieron tangos, farrucos, marianas, coplas, alegrías…y yo perfecto a la ocasión con mi camisa blanca de topos negros y mallas ajustaditas de correr. Vaya la que tienen montada aquí. Así dan gusto las despedidas. Todo parece ser coincidencia y lógico.


sábado, 10 de diciembre de 2011

Saraswati

Acorde de piano. Mismo acorde. Mismo acorde, un poco después. Otra vez. Silencio. Golpea la tecla, tres veces. Golpea de nuevo, otras tres. Busca otras tres teclas, esbozo de melodía. Silencio. De nuevo esas tres, más agudas. Se intercalan otras. Como estrellas en el cielo. El sonido de las notas se prolonga. La melodía empieza a decidirse. Acorde con la izquierda, notas sueltas con la derecha. Progresión de acordes convencional, pero hay algo más. Ella empieza a cantar en lo que parece francés. No está claro si es francés. El piano marca los silencios de ella. Las dos voces, la del piano y ella, se hacen fuertes juntas, después entra la trompeta. Muy suave, con un piano muy delicado. Se entrelazan. La trompeta se va un poco al jazz pero el piano la mantiene anclada en algo más clásico. La trompeta calla, ella la reemplaza. Su voz divaga, sorprende, el piano la sigue, intenta buscar su espejo. La fonética de eso que no era francés permite vocales largas y sonidos que chocan contra la pared. La trompeta acompaña al conjunto de nuevo, por primera vez los tres elementos coinciden mientras ella alza la voz, y cada vez más aguda y más larga pega un lengüetazo de melodía para luego bajar, bajar, estabilizarse. De nuevo todo se mece, la trompeta es muy viento, el piano aprovecha que puede marcar bien las notas y todo se pone oscuro, algo disonante. Y acaba dulce, muy dulce, el piano y la trompeta dulces.

Intermission

De la vena me salían las conexiones. Era lúgubre el ambiente pero mi corazón bombeaba swing, ritmo de un mundo que no ha descubierto el sexo y la violencia, que permanece. Me brotaba la fe a borbotones, de los labios a la barbilla, exhibiendo una sonrisa psicópata inocultable. La luna se reflejaba en los ojos de todos los asistentes: “más alto”, decían. “Más, más”, mientras hacían gestos con las manos, como llevándose el aire al pecho. Había tan pocos elementos allí… una felicidad tangible, sostenida con los mínimos alambres, como si cada vez que la vida nos diera un golpe fuera como jugar a la Jenga. Quitar una pieza y permanecer, quitar otra pieza y permanecer, permanecer… todos queríamos nuestra ración de infinito, que nuestra mortalidad fluyese elegante. Todos temíamos mirar a la calavera. Saliendo del club, nos sosteníamos los unos a los otros para no caernos, en plan naipes, medio dormidos y medio llenos. “Mi objetivo”, decía Mike, “es volverme tan abstracto que nadie me entienda” y acto seguido vomitaba en un contenedor, sin levantar la tapa. Se me vino a la cabeza esa imagen de la papelera a rebosar de periódicos viejos, plásticos y pieles de plátano; y el ciudadano ejemplar que arroja la lata de coca-cola sin importarle que rebote y caiga fuera y manteniendo una conciencia limpia. El coche que no vimos le atropelló el pie a Mike, y yo pensé en lo gracioso que sería un no-Mike, alguien que hiciera todas esas cosas mal, lo mismo pero mal. Después comprendimos la gravedad de la situación en nuestros músculos que se tensaron, pero pasamos de él. Llamamos a un taxi y lo dejamos pudriéndose en la sombra, y nos encontramos con nuestras sábanas y un techo que no se acaba nunca.


Puto genio el que inventó la luz de la nevera,
¿qué mente mágica descubrió y salvó esa necesidad?
Maravillado me preparo un sándwich alumbrado por esta fantástica luz,
sudando de Fleming, Stephenson o Graham Bell.
Pero es que entonces me llaman y mi móvil vibra,
¡vibra! Y sudo del cáncer y del sida y de las enfermedades neurodegenerativas,
porque qué mas da que hubiese tenido cáncer, sida o alzhéimer,
no me habría enterado de la llamada si mi móvil no vibrara.
Porque es tarde y lo tengo en silencio para no despertar a mis padres.
Dios quiera que no les pase nada. 

martes, 29 de noviembre de 2011

Escritura automática #2

“Nos gustará estar muertos”, concluyo mirando a las nubes tras una larga conversación contigo que nos ha dejado los ojos rojos. Me alejo pensando que el banco es de madera y la brisa me rodea pero no me toca y que el banco es de madera. Existe un túnel que conecta nuestras mentes, al que sólo podemos acceder mediante grandes cantidades de dolor dolor dolor dolor. Me miras entonces arrasándome sin pestañas, y siento como todos mis sistemas se reinician. Dejo atrás todo. Te miro, por primera vez como soy. Te miré, por primera vez como era. Y en una herida con forma de corazón introduje los químicos. No tiene sentido seguir concentrándose en las tareas cotidianas, en exterminar los grumos, en blandir el cuchillo, en elevar la presión del agua y tratar de acertar con la temperatura. Ya no tiene sentido cortarse las uñas, peinarse o tratar de quitarse los restos de comida de entre los dientes. Mi reloj hace tic-tac mientras sus agujas hipodérmicas se me hunden en la piel. El banco es de madera y tu pelo no eres nadie me lo estoy inventando todo. Sólo hay una ventana y un hombre que mira y a lo mejor una correa y un perro y algunas estrellas. No. Sólo hay un ordenador y una estufa y pocas horas por delante para dormir. No. Sólo estás tú y ese banco y algunas nubes. Y diluyo una cucharilla de azúcar en el café, me ajusto la corbata y salgo por la puerta, cojo el ascensor, bajo al garaje, entro en el coche… y cuando salgo del coche ya estoy en otro edificio, sin necesidad de exponerme a la luz del sol, sin necesidad de dejar de verlo todo a través de una ventana o de una pantalla o de unos ojos. Si me tocara la lotería ahora mismo, ¿se acabarían mis problemas? La música me pondría triste mientras abultan los billetes en la cartera. Si pudiera ser más humilde, más sabio, más guapo, menos aparente… ¿se acabaría mi rabia? Podría destrozar una tabla ahora mismo con mis dientes. Y seguiría supurando amor por todas las cosas mientras en mis encías hay astillas que se clavan. Te vuelvo la espalda y me alejo. No. Tengo que irme a dormir. Todo esto es ficción. Es más, son sólo palabras. No. Todo esto es un vudú de otra cosa.

martes, 22 de noviembre de 2011

Vuelta de Paseo

Como consecuencia de la lectura matutina de la última publicación en el blog de Fran, me dispuse a salir de casa camino a la universidad con la música de Portishead en mis oídos, más concretamente con la canción Silence –inicio del último disco Third-. No hacía muy buen día o por lo menos no de mi gusto. Últimamente con la llegada del invierno esta comenzando a reinar en mi un estado apático por todo y por todos que por más que quiero no consigo erradicar en su totalidad. No hay ganas de escribir, me da perece ponerme a buscar cosas nuevas para escuchar, me pongo a leer pero a los pocos minutos lo dejo excusándome en que no es el libro apropiado y toco poco la guitarra. Parece que de momento sólo encuentro solución en el cine ya que no requiere esfuerzo físico –únicamente mental- pero con un gusto más critico de lo habitual, además el surgir de una aparente subnormalidad de algunos de los personajes que me rodean, incentiva el echo de preferir quedarme en casa con una película –menos mal que siempre quedamos los 3 o 4 de siempre-.

Caminaba escuchando mi música, abstraído en mis pensares, apareciendo ese sentimiento distinto que se produce en concretos días y momentos al caminar en soledad. Surge una realidad paralela: la concepción del yo individualista frente al aparente sentimiento colectivo de nuestra sociedad. Todo en mí parece funcionar a una velocidad distinta a la del resto. Los semáforos se ponen en verde a mi paso, la chiflada del paraguas grita sin cesar mientras da de comer a las ranas en la orilla del río, el aumento considerable de vagabundos precipita de forma indeseada el tropiezo con uno de ellos, pido perdón y aumentan mis nervios debidos a la vergüenza, un semáforo se pone en rojo otorgándome un breve descanso necesario y tranquilizador. Comienza a sonar The Rip, parece estar todo sincronizado y eso me relaja. Espero a que la señal del semáforo me otorgue el derecho a cruzar, se pone verde pero espero hasta que comienza a sonar la batería en la canción, quiero que todo funcione de forma armonizada. Sigo caminando, espero no llegar nunca a la universidad y pienso en cambiar mi rumbo por estar toda la mañana paseando, saboreando este sentimiento distinto.

Considero fundamental estos momentos de delirios y gran ajetreo creativo configurados conforme al estado polar de mi personalidad. A veces de alegrías y afrobeat que me hacen surgir sonrisas complacientes a las señoras que pasean con sus maridos, miradas lascivas a las chicas adolescentes de mi edad y posturas faciales tiernas a los niños que corren cogidos de la mano de sus padres. En otras ocasiones –más predominante-, el individuo pesimista que vive en mi pie izquierdo asciende para teñir mi mente de oscuro casi negro y azul; produciendo en mi cerebro una gran lucidez de interconexión neuronal que provoca mis pensamientos más abstractos, coincidiendo normalmente con los más interesantes.

Cruzando el puente, observe a un hombre caminado de espaldas. Bajito, regordete, calvo y con una vestimenta poco llamativa, pero con ciertos aires de atracción. De forma curiosa, por el cuello de su camisa surgía una feroz mata de pelo que ascendía por toda su espalda hasta hacer contacto con su cabeza, donde se erradicaba dando lugar a una total calvicie, deforme y bello. Me hizo pensar en Terciopelo Azul (Blue Velvet, David Lynch, 1986) y en la natural e inevitable atracción que sentimos los humanos por aquellos mundos extraños, prohibidos. Esta película nos presenta un pueblo típico americano de clase media donde dos jóvenes se ven atrapados en la delirante relación entre un psicópata y una atormentada cantante de cabaret. Se adentran en un mundo desconocido, obsceno, desconcertante donde se retrata el trastorno mental, lo cruel y el horror pero con un inevitable atractivo que los absorbe hasta no poder escapar. Una atmosfera de pulso narrativo pausado donde se alternan bellas canciones pop con una inquietante banda sonora, que suministra o quita tensión en el momento adecuado –justo lo que esta haciendo Portishead conmigo en esta mañana de vuelta de paseo llegando a extremos que alcanzan el control de mis propios pensamientos-.



domingo, 20 de noviembre de 2011

Michelangelo Antonioni, Portishead y los fuegos artificiales

(Contiene Spoilers de la película "El Eclipse" de Michelangelo Antonioni)
La estructura de una obra define en gran parte su impacto. Así como el carbono se concreta en diamante o en grafito en base a la ordenación de sus elementos, las obras que se desarrollan en una línea de tiempo (películas, canciones, novelas…) liberan su carga emocional en los “momentos de choque”, construidos mediante una estructura concreta. La escena de la cantina de Malditos Bastardos (Inglourious Basterds, Quentin Tarantino, 2009), por ejemplo, hace pasar al espectador por un desarrollo muy pausado, dilatando los tiempos, para que la condensación de la acción final suponga una pequeña catarsis, contrastando con el ritmo de lo anterior. Una escena que se construye durante una media hora, se resuelve en apenas unos segundos.

Tanto la música como el cine han encontrado sus propias estructuras funcionales. Estamos acostumbrados a que las canciones sigan la fórmula Estrofa A – Estrofa B – Puente – Estribillo – Estrofa A – Puente – Estribillo x3 (o similar) y las películas se desarrollen en base al paradigma Detonante – 1er punto de giro – Midpoint – 2º punto de giro – Clímax. Son métodos que funcionan y que se han usado y usarán continuamente. Pero, ¿no se pierde así cierta capacidad de sorprender, de explorar otros caminos? Si esta distribución de pesos es tan importante en una obra, es lógico pensar que aquellas que juegan con la estructura pueden llegar a sitios nuevos y continuar renovando el medio.

La canción Threads de Portishead y la película El Eclipse (L’eclisse, Michelangelo Antonioni, 1962) comparten una estructura muy similar, y ambas consiguen llegar a un mismo sentimiento. En los dos casos, el tramo final reformula todo lo que lo precede, en los dos casos se produce un “eclipse”. Cada obra utiliza los códigos del medio al que pertenece para sostener una misma conclusión.


Este es el final de El Eclipse. Una película donde se nos presenta una relación amorosa entre dos personas. Podemos decir que es una historia narrada de forma convencional, con sus características propias pero no muy alejada de los cánones habituales. Pero una vez hemos convivido con esas dos personas en pantalla durante casi noventa minutos, la cámara se va. El punto de vista cambia, se aleja, y la película nos empieza a mostrar escenarios, personas, detalles de la vida cotidiana… tintados por la música de Prokofiev que imprime valor a cada una de las impresiones que se nos van mostrando, hasta el punto de alzarse por encima de la trama que hemos seguido. ¿Qué tiene más peso para el espectador: la historia de esa pareja o ese mosaico del mundo que los rodea? La pareja comienza a quedarse pequeña, es tan sólo una parte del universo. La pareja se ve “eclipsada” por la propia película.

Algo parecido ocurre con Threads. La canción de Portishead se desarrolla de manera normal. Una canción más de la banda, con duración y estructura que no desentona con el resto del disco Third. Pero más o menos en el minuto 4:35, un sonido que formaba parte de la canción comienza a imponerse a la misma, y acaba abarcándolo todo durante casi un minuto. Sólo silencio y ese sonido. Se alza por encima del bajo, de la guitarra, de la percusión, de la voz de Beth Gibbons… y es hermoso. El sonido pasaría desapercibido si la canción no nos hubiera predispuesto para escucharlo, para darnos cuenta de su textura, de su modulación, de sus intensidades… El sonido eclipsa el resto de la canción. Tanto el tramo final de El Eclipse como el tramo final de Threads suponen un estallido sensorial sin ningún significado concreto, sin intertextualidades connotaciones. Todo lo precedente ha servido para llegar a la desnudez perceptiva necesaria para que una sucesión de imágenes y música o un solo sonido caiga sobre nosotros con todo su poder. El arte en su forma más pura, en aquella que no es preciso entender.

Primal Scream finaliza los conciertos de su gira Screamadelica Live con un procedimiento muy parecido. La banda termina de tocar, y sale del escenario dejando los amplificadores encendidos, que emiten oleadas de sonido distorsionado y chirriante durante unos minutos, mientras las luces estreboscópicas hacen lo propio. Y ahí está el público, en silencio y con la mirada fija en el escenario vacío hasta que el pipa aparece de nuevo para desconectar el equipo. Una celebración de los sentidos, como en un espectáculo de fuegos artificiales. La belleza de nuestra capacidad de ver y oír, de la que a veces somos inconscientes. Portishead y Michelangelo Antonioni han llegado a conseguir un efecto tal manipulando la estructura convencional, jugando con el lenguaje. Como muchas otras grandes obras de todas las artes, su grandeza está en la ruptura.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Tenía tantas ganas de actualizar borracho...

Aprendí algo nuevo hoy,
algo distinto a todo lo que sabía.
No vino de unas canas y una corbata,
ni de la televisión ni de Internet.
Vino de una trompeta y de unas cicatrices,
de un sonido de viento y perdigón a las costillas.
De un sentimiento distinto en las mismas sonrisas,
en los amigos y el rimo latino que da color a los platos.
Me esforcé en olvidar lo que ya sabía para aislar lo nuevo y hacerlo mejor.
Las siete colinas, y un on the rocks con regusto a óxido.
Es un microsegundo donde coinciden los bongos y el viento y el codo en la posición correcta
y la rubia y la morena y el rayo de luz rosa y el destello de chaleco mojado aprendí algo:
que es inútil hacer planes. 

martes, 15 de noviembre de 2011

Podía sentir como el frío helador entraba por la rendija inferior de la puerta de la habitación. Mi cuerpo, todavía colapsado por la botella de Ron Magua no respondía a ningún indicio por intentar evitar un posible resfriado, sólo era capaz de concentrarme en una única cosa. Fumaba mi cigarrillo mientras se empezaban a colar los primeros rayos de sol, produciéndome un desagradable aturdimiento. Mierda puta! No hay cortinas en esta cagada de Motel. Me levante rápidamente –debería haberlo pensado dos veces antes de ejecutar la maniobra tan rápidamente- cogí mi máquina de escribir y fui directo a encerrarme en el baño como medio de protección ante aquellos horribles rayos solares. Apoyé mi trasero sobre el retrete colocando la máquina de escribir sobre mis rodillas.

Me desperté. No conseguía enfocar correctamente pero el dolor de cuello y la incomodidad del respaldo me daban la idea de que no había dormido en la cama. Desperezaba mis músculos a través de estiramientos varios, al mismo tiempo que mi retina volvía a enfocar decentemente. Que sitio más horrible, todo estaba cubierto por esa decoración típica de apartamento playero de alquiler en los que siempre suele haber una barata reproducción de Los Girasoles de van Gogh. ¡Buff…que pereza todo! ¡Me quedaría aquí sentado todo el día! Algo se me clavaba en el costado, un inesperado bote de Ketchup marca Heinz que opte por arrojar a la bañera. En ese momento me percate de que la máquina de escribir estaba tirada en medio de la bañera y junto a ella un papel con algo escrito. Pero antes de leer cualquier cosa, tenía la necesidad de una paja mañanera. Me aburría, siempre la misma mano, tan monótona y conocida, además tirar de imaginación y recuerdos se me antojaba totalmente agotador con semejante dolor de cabeza. Cogí el bote de Ketchup para escupir sus últimas gotas sobre mi mano derecha. Una primera sensación de extrema rareza junto a un toque gustoso de frescor estaban haciendo de esta paja algo inolvidable.

Limpiaba mi mano introduciéndola bajo el grifo a la vez que alargaba mi otro brazo para coger el papel depositado junto a la máquina de escribir. Algo mojado, me seco las manos con lo único que llevo puesto, mis húmedos calzoncillos. Pienso en la posibilidad de coger algún tipo de putada venérea debido al Ketchup, pero no, seamos optimistas, así que comienzo por fin comienzo a leer.





lunes, 14 de noviembre de 2011

En un sueño me hice una foto con Herbie Hancock que tenía las manos de mi abuelo

En ese bar que parecía el infierno, a Kris le robaron la chaqueta. Cabaret, lencería y luces rojas. Garganta Profunda proyectada en la pared. Cubata a 5€, Peep Show gratuito a las cuatro de la mañana. Una mujer de mediana edad, bajita, con el pelo corto y gafas de pasta me pregunta si soy Ricardo. Mantrería y sonidos ibéricos una vez llegado a casa, en los cascos, esperando un poco, bebiendo agua para amortiguar la resaca venidera.
En Zaragoza lo tenía, había alcanzado un grado de sostenibilidad con el que estaba en armonía: salir cuando hubiera algo bueno, emborracharse una vez cada mes o mes y medio; ahorrar en salud y en dinero. Lisboa me arrastra otra vez, me obliga a mantener el ritmo, me exige neuronas y dilatar las capacidades sociales al máximo. En una fiesta de terraza, edificio lleno de estudiantes, la música está a los suficientes decibelios para empezar a considerarla una fiesta. La fuente es un portátil con el YouTube puesto. Un trago más y me animo a pinchar alguna canción.  Disko Partizani cae bien, incluso algún extranjero se la medio sabe… y ya me creo DJ. No espero más a que se caliente la cosa y voy con el temazo del verano, inyectando un buen Barretto que tiñe las estancias de Cuba, y la gente se lo está gozando. Sentirme en parte responsable de ese gozo me devuelve a mi pecera, me confirma mi necesidad de compartir, de dar, de sacar cosas de mí para el resto. Me hace grande, me revienta de ganas de poner a la Merkel, a Sarkozy y a toda esta gente a ver un concierto de Primal Scream a ver si se dan cuenta de una vez de qué va la cosa. Me confirma mi vocación y, en los estados más altos de gracia, cuando las trompetas calientan y están a punto de quemar, cuando ya tengo preparado un buen Kuti para la siguiente; la música se para en seco. Y mi cabreo es una cerilla cuando me doy la vuelta y veo a dos agentes de policía en el marco de la puerta. Se acabó la fiesta. 

Antes de ir al infierno, había una pequeña galería. Se exhibían unas fotos no demasiado interesantes, más mérito de la cámara que del fotógrafo. El resto de la sala estaba separada por un mural de cajas de cartón, todas ellas de productos de limpieza y cosas así. El fotógrafo está ahí, hablando de su obra con cualquiera que le pregunte. Así que le pregunto… por las cajas de cartón. Le pregunto si quiere decir algo sobre el rol de la mujer en la sociedad. Me dice que sólo son cajas. Le pregunto si representa nuestra ansiedad por ver lo que hay detrás de las cosas, nuestra curiosidad por lo que se nos oculta. Me dice que detrás hay oficinas y que esta era la forma más barata de separarlas. Le pregunto si sabe dónde hay un Kebab cerca. Tiene los labios totalmente secos, pelados, blancos. Contrastan con el resto de su atuendo, elegante. Y con sus fotos de cerrojos, escaleras y espejos. Ya ha habido suficientes cerrojos, escaleras y espejos en la historia del arte. Las cajas, los kebabs y los labios blancos son infinitamente más interesantes. Esta mañana Kris me contaba, antes de la sesión de Paintball, que su clase de economía estaba llena de neoliberales. Puede que su Fuck you! I’m quoting Marx! sea lo que más gracia me ha hecho de él en estos dos meses.

Berreo Killing in the name of con unos portugueses que se acaban de cruzar en mi noche y que me vienen bien. Hacemos énfasis a plena garganta en el MADAFACKAAAAAAAA y me dicen algo pero no los entiendo y me voy a otra cosa. Hay una española por ahí, que estaba en la fiesta o en el infierno, pero que tiene rasgos asiáticos. Supongo que nacida en China y adoptada, pero está claro que es española. Me empeño en hablarle en inglés todo el rato, porque mi cerebro es tonto cuando está borracho. Esa noche sueño que recibo una ola gigante, de treinta metros, en un edificio acristalado en Budapest. Y la imagen es preciosa, conmigo protegido ante la devastadora fuerza del agua. Ayer tuve algo así como un “viaje astral” donde me vi a mi mismo fuera del cuerpo, para después girar repetidas veces sobre mi eje, tirado en el suelo, hasta que me elevé y atravesé decenas de tiendas de ropa y un almacén chino. Escuché “esto sucio pa la mamá” mientras me miraba a un espejo y no era yo. Hay ciertos bigotes curiosos aquí, y algunas trompetas y saxofones del infierno. Garganta Profunda es una naturaleza muerta. Desafía a los presentes a mirar. En ese bar pocos miran, todos bailan, mientras una felación de tres metros pende sobre sus cabezas. Yo miro, tratando de encajar todas esas piezas. La mujer le mete la lengua hasta el fondo al verdadero Ricardo. Me jode mi facilidad pop cuando vendería mi Erasmus para cantar flamenco. Para esta noche, recomiendo Cachaíto para hacer el amor.


viernes, 11 de noviembre de 2011

11-11-11 (reflexión tonta del viernes)

Black Sabbath anuncia su regreso, sale a la venta el videojuego The Elder Scrolls V: Skyrim, se estrena una película con dicho título... Cuando día, mes y año coinciden numéricamente, un buen puñado de marcas se pelean por darle relevancia al acontecimiento. El 9 del 9 del 9, el 02/02/02... la ocasión siempre se ha usado con la sabiduría de las grandes chorradas para promocionar, para vender, para darle bombo a las cosas. Disfrutemos del momento, porque el año que viene será probablemente el último del que dispondremos en nuestras vidas para planificar este tipo de estratégias de márketing.

El doce de diciembre de 2012 será el último día que cumplirá con esta máxima antes del 01/01/01 del nuevo siglo. No hay "mes trece", así que disfrutemos mientras podamos (como diría la pareja de jardineros). Espero que las grandes compañías saquen provecho de ello y veamos un par de eventos gordos en torno a esa fecha (12/12/12), que para algo es la última en la que podremos echar unas risas estúpidas en torno a unos números que no significan nada; y comprar, comprar y comprar.

jueves, 10 de noviembre de 2011

"Está en nuestra naturaleza"

pensaba mientras frotaba la sangre seca de la comisura de mi boca con un paño húmedo
y seguía buscando un trozo de tu pezón por el suelo.
Me encantó cómo hicimos la cama en absoluto silencio,
sin apenas mirarnos.
Fue tan… cruel.
Y comenzó a amanecer y entonces te abracé,
pero no pude evitar hacerlo cada vez más fuerte, y no pudiste evitar
mutar tus caricias y hendirme las uñas en la espalda.
Y a pesar de tener todavía los ojos hinchados
fui a buscar la sal.

Martes

Era martes
pero tenía otro aspecto.
Se veía en las fachadas de las casas,
en los escaparates de las tiendas.
Pregunté a un señor mayor qué día era;
me dijo “martes”, seguí caminando un rato.
Con su gorro extendido sobre el suelo
un violinista callejero, bien vestido,
se moría de pasión.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Nunca es igual

Llegaba a casa, cansado, tras un día de esos que calificaría como “duro”, aunque realmente se que la mayoría de la gente lo echaría al saco de “un día más”. Clase por la mañana, clase por la tarde y sumarle a ello un desplazamiento de cuarenta minutos para la ida y otros tantos para la vuelta. Pues eso! que llegaba a casa tras un día relativamente agotador. Entraba por la puerta echando a la familia –ya acomodada en el sofá a punto de cenar- un saludo escueto como mero trámite que me posibilitara dirigir mi persona directamente a mi cuarto sin tener que entablar ningún tipo de conversación sobre como ha ido el día, que he hecho…etc, para luego tener que escuchar la típica frase que repatea las pelotas tipo “como todos o ya será para menos”. Cumplido mi objetivo, me adentraba en el pasillo hasta llegar a mi cuarto, pero antes de entrar, pude ver algo en el cuarto de estar que me había echo captar mi atención a la vez que hacer surgir levemente una sonrisa en el rostro. La apatía se esfumaba y aparecía en mi cuerpo una sensación de recompensa por el día, como si hubiese echado un polvo rápido de final de tarde. En mi mente podía vislumbrar repetidas veces la palabra:

FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC!

Si mis ojos no me engañaban –tengo algo de ceguera a distancia-, lo que había encima de la mesa era una bolsa de la Fnac de un tamaño mas que considerable. Mi padre por fin había bajado a la Plaza España para hacer realidad, a través de cambio monetario, sus listas de discos en las que suelo apuntar de forma sutil algún que otro disco con el objetivo de que en el acto de compra, quede sucumbido por el nombre apuntado para que seguidamente acabe cediendo e introduciendo el disco en cuestión en la cestita de la compra. Este proceso –que a simple vista puede parecer fácil y simple- ha necesitado de la experiencia de los años y de ensayo-error hasta conseguir la confianza paterna necesaria –en lo musical- que le hace acceder a la compra de mis recomendaciones. Comienzo a encontrar cierta superioridad en conocimiento y gusto musical, pero sin menos preciar en ningún momento, ya que siempre seré deudor y admirador suyo por haberme echo escuchar y amar lo que otros no son capaces ni siquiera de apreciar su existencia, para ahora llevar mí propio camino –todavía mas importante-. Aunque suene algo arrogante, actualmente me atrevo a decir que he conseguido tener un conocimiento musical sobre mi figura paterna muy amplio, pudiendo saber en un 90% de las ocasiones el disco que le va a gustar o no. El 10% restante lo dejo para las irremediables sorpresas. Aunque como en alguna ocasión ocurre, el también me da grandes sorpresas que me hacen pupitaindaheart.


Por poner más o menos un tiempo aproximado en el inicio de la relación musical padre e hijo, podría decir que todo comenzó con mi adolescencia (14-15 años). Me compraron mi primer y actual ordenador, creando inmediatamente una carpeta “Mi música” que en los próximos años estaría llena de todos los grupos indies del momento que ejercían un discurso rock directo y adolescente (y muy bueno). Como buen pesado que soy, hablaba y hablaba a mi padre de todos estos grupos, hasta que finalmente –con una mirada de reojo- acabó comprando unos cuantos discos de estos. Se produjo un fracaso total que lo achaque a las diferencias generacionales, aunque curiosamente, posteriormente fui observador de que el fallo no recaía en estas diferencias, sino que la música escogida no era la adecuada a su persona-gusto. El primer síntoma que hizo rechazar la idea de un corte generacional, se produjo cuando llego a casa tras haber comprado unos cuantos discos, entre los cuales se incluía Hostal Pimodan de Lori Meyers. Sorprendentemente, en aquellas vacaciones de verano, fue este disco el que marcó el inicio de una simbiosis musical con trayectoria exponencial tendiente a infinito; además de convertirse en el primer concierto en compañía del amigo Fran.

Comenzaba bachillerato. Me introducía en dos años oscuros pero no negros, una nueva etapa adolescente de carácter negativo se ponía enfrente de mí. Ello deriva en escuchar nuevos géneros-estilos musicales: trip-hop, una y otra vez la discografía de Radiohead, algo de post-punk y mi tío me regalaba el Kind of Blue de Miles Davis. Con este momento de evolución musical-personal – y Morente-, es cuando se asienta de forma ya fluida y perenne, la conexión musical padre-hijo.

No me voy a enrollar más con chorradas mías de la relación interpersonal con mi padre –aunque lo dejo todo a medias tintas-, así que voy a optar por volver a los inicios del texto y a las sensaciones que me producía la bolsa Fnac de cuantioso tamaño. Dejaba tirados encima de la cama todas mis prendas de calle para ir directo y con ansia a sacar el contenido de la bolsa. A simple vista, podía intuir que más o menos podría haber entre 10-12 discos, a un tamaño medio de grosor de unos 3-4 cm. Introducía las manos, palpando el interior, haciéndose mis expectativas ciertas. En el otro extremo de la casa, escuchaba algún grito para que fuese a cenar, pero mentalmente abstraído en lo mío, sudaba olímpicamente de cuestiones alimenticias, conllevase lo que conllevase. Ahí estaban, diez discos colocados en columna encima de la mesa redonda de cristal. El primero lo conocía, se trataba del último de PJ Harvey, luego venía Scremadelica (por fin, ya era hora), el último de Wilco (portada y disco muy chulo), unos cuantos de relleno y una sorpresa para el final.

Un disco con una portada que parecía haber sido realizada por el editor de imagen oficial de Bollywood –yo pensaba que carajo había comprado este hombre-, pero pronto percibí la presencia de los nombres Pepe Habichuela y Javier Limón, además de que la portada anunciaba el apellido Shankar. Corroído por la curiosidad, me puse a escuchar Anoushka Shankar y su disco Traveller y a cotillear vía Internet sobre ese nombre de mujer totalmente desconocido para mí. Cuarenta minutos más tarde estaba diciendo: “Así da gusto marcharse a la cama”.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

Cuentos del ácido

Yo me había comido todo el cartón, y mis amigos sólo medio. Así que ellos se iban a dormir y me dejaban solo, cuando yo tenía cuerda para rato con ocho horas de viaje ya a mis espaldas. Es en la soledad cuando las visiones atacan de verdad, y sin darte cuenta estás muy hondo y muy en el centro de todo, sin escapatoria. Para mí, desde luego, no la había. Entré en la tienda de campaña a intentar dormir, pero si cerraba los ojos veía macroestructuras geométricas formándose a toda velocidad en una simetría radial perfecta, compuestas de pequeñas piezas tridimensionales. Si abría los ojos, la tienda era un pequeño universo que tenía herramientas de sobra para sumirme en uno de esos trances introspectivos, cavando cavando cavando e incómodo con mis cosas, con mis cosas mías La echo de menos Voy a morir Mi ego es demasiado grande Que acabe esto ya por favor por favor que acabe ya Veo flashes de mi amigo ganando unas olimpiadas y un pequeño montañero escala en 2D las estrías de la esterilla Y a la vez la luz era preciosa, con un nuevo día que empezaba para un mundo del que yo en ese momento estaba absolutamente desconectado. Oía risas y voces en el campamento y me preguntaba si podrían pisarme la cabeza, otro motivo más para no dormir. Entonces, traté de concentrarme en sacar lo mejor de mi cabeza llena de LSD, no entrar en pánico y disfrutarlo.

Allí estaba, a unos centímetros de mí: una pequeña hormiga avanzando poco a poco, perdida y sola, lamiéndose las patitas y restregándoselas por la cara para lavarse. La percibí al instante como una criatura llena de vida, y todo mi interés disperso se focalizó en su actividad. Podía ver con claridad el más mínimo de sus movimientos, como si en realidad no fuera tan pequeña e insignificante. En realidad no lo era, o al menos no era más insignificante que yo. Se movía, se lavaba, miraba a un lado y a otro. Y yo, tumbado sobre mi estómago, la observaba con fascinación. Empecé a pensar en matarla.

Pensé que si la aplastaba, comprendería la verdadera diferencia entre la vida y la muerte. Me imaginé su cuerpo espachurrado contra el suelo de la tienda, inerte, y esa sola imagen me llenó de terror. En ese momento no era matar una hormiga, era asesinato. No sabía si en mi estado estaba magnificando las cosas, o poniéndolas en su lugar. Lo que sabía es que tenía la oportunidad de cometer un asesinato con un coste moral mínimo, que no me preocuparía al día siguiente. “He matado a muchas hormigas en mi vida”, pensé. Y era verdad, o bien por diversión o sin querer, o porque me molestaban, he matado a un buen puñado de insectos. Como todos. Por matar a una hormiga más, objetivamente, no pasaba nada. Y yo podía aprender una valiosa lección sobre la vida y la muerte, sentir esa verdad por cien millones.

Allí estaba, mirando a la hormiga y planteándome si terminar con su vida o no, mientras ella continuaba con sus quehaceres insignificantes, ajena a mí y a mi poder. Y entonces, lo vi claro: no la iba a matar. En el mismo momento en el que la decisión se instaló en mi cerebro a mil revoluciones por minuto, no pude evitar sonreír exageradamente. Por supuesto que no la iba a matar, no iba a ser tan egoísta. No soy así. 

Me sentí en paz conmigo mismo, muy satisfecho. La hormiga siguió su camino y yo volví a mi locura, que alcanzó algunos niveles imposibles de expresar con palabras en este plano de existencia. Unos minutos o quizá segundos o quizá horas después, volví a verla a lo lejos (amarrada al techo de la tienda, a la altura de mis pies). Seguía con su vida, con sus cosas, de un lado para otro y lamiéndose las patitas.

sábado, 29 de octubre de 2011

Los peligros del humor negro

“¿Crees que voy a morir?”, dice la chica de Manchester cuando descubre que su cara está absolutamente roja, en plan Zoidberg. Le digo que sí, para continuar la broma, y después le digo con mi mejor inglés: “¿podemos violarte una vez muerta?”. Su cara cambia: “no hay nada divertido en una violación”. “¡A no ser que te viole un payaso!” le contesto. Oh dios, la cosa se está poniendo fea, pero no puedo evitar empujar los límites: “lo siento, lo siento… ¿puedo poner una canción para disculparme?”, voy directo al Spotify y reproduzco la versión de Richard Cheese de “Rape Me”, original de Nirvana. “Rape meeee my friend le canto. “No deberías hacer ese tipo de bromas porque no sabes si alguna de nosotras ha sido víctima de una violación”, me insiste con toda la seriedad del mundo. Así que me pongo serio yo también: “tienes razón… también es posible que haya un violador por aquí y no le siente bien”. Así que se va a casa, atravesando las calles de Lisboa en la noche. “¡Que no te violen!” me siento tentado a gritarle, pero me callo. Creo que algo así arruinaría nuestra amistad para siempre.

miércoles, 26 de octubre de 2011

MGMT - Congratulations


¿Cómo habrán quedado todas aquellas hordas indies a la espera de un segundo disco de MGMT plagado de nuevos hits que bailar en las fiestas más modernas de la ciudad?

Si lo fácil hubiese sido hacer un disco continuista a la formula “Oracular Spectacular” (2008), con nuevos singles deudores de los macro-coreados “Kids”, “Time to Pretend” y “Electric feel”: No lo encontraran y muchos pensareis: ohh! pero que me cuenta este tipo si los escucho todos los sábados noche en el bar.

Andrew VanWyngarden (guitarra y primera voz) y Ben Goldwasser (teclado y voz), dan una vuelta de tuerca total, presentando lo que podríamos llamar como un nuevo debut. La incorporación de Sonic Boom (productor) deja clara influencia, ya sea en la labor de productor del disco o como gurú del grupo; sumergiendo a los miembros de MGMT en cauces “triperos” totalmente diferenciales al disco predecesor.

El disco nos conduce alternando vuelos altos con descensos a pasajes psicodélicos con aromas a infantil adolescencia -divertidos circos- deudora de los teclados de Ray Manzarek (The Doors) entremezclada con las idas de cabeza del juglar contemporáneo Tim Buckley. No es un disco de primera escucha, pero tiene aquello que te incita a abrir de nuevo la caja del disco, sacarlo, depositarlo en el reproductor para darle seguidamente al play y detenerse una media hora para escuchar. Como bien dije, no es un disco de singles, pero a la hora de poner el disco entre el colectivo de gente que me rodea, he podido intuir especial emoción en temas como Someone's Missing y la sorpresa de una noche en un bar Brian Eno.

Sin ninguna duda, “Congratulations” (2010) es uno de esos discos que me pondría para salir a dar una vuelta al parque.




domingo, 23 de octubre de 2011

Sentimiento distinto

El arte encuentra su verdadero significado cuando se mantiene por sí solo sin un significado determinado. Cuando deja de ser una metáfora de algo, cuando se alza por encima de su simbología, cuando corta los lazos con la realidad intelectiva y se libera en forma de puro sentimiento.  Las notas sólo son notas, los colores sólo son colores… pero a veces pueden llegar a sitios que ni sabes que existen. Pueden combinarse de una manera concreta para generar una emoción única. De repente, un libro, una película, una canción… te coge por sorpresa. Encuentra algo nuevo en ti, abre un acceso desconocido. A veces, incluso puede “desbloquear” algo permanente. Es el sentimiento distinto, el verdadero hallazgo de la búsqueda artística.

Hace unos años, visitaba el museo Van Gogh en Amsterdam. Visitar museos y monumentos es una clase de turismo que serpentea entre el interés y la obligación. Siempre hay una parte de mí que ve las estatuas o los cuadros o los edificios con cierta ansiedad por tacharlos de la lista. Si bien me gustaba Van Gogh, no derribó mi pared hasta que me topé con “Los Comedores de Patatas”. Conocía “La Habitación” o “La Noche Estrellada”, pero no tenía ni idea de la existencia de aquel cuadro. Así que estaba ahí delante, sin ningún prejuicio, sin ninguna idea preconcebida… y simplemente me llegó. Me cayó encima, porque me estaba dando muchas cosas al mismo tiempo: me obligaba a hacerme preguntas, me enseñaba cosas sobre la pintura que yo no sabía y, simplemente, me conmovía. Sobrecogido, entendía que nada en la Tierra me había hecho sentir nunca como “Los Comedores de Patatas”. Detectaba que había ahí un sentimiento distinto, algo que había sentido ya otras veces pero que, a la vez, no se parecía a nada.


El arte busca la verdad. No creo que quepa mucha duda en eso. Pero es un verdadero reto encontrar palabras para definir la verdad más allá de su sentido académico. Existe una verdad objetiva, existe una verdad para todo. Esta verdad absoluta es, sin embargo, inalcanzable. Somos incapaces de poseerla. Pero hay algo en nosotros que puede reconocerla. 

El artista está condenado a tratar de llegar a esa objetividad utilizando su subjetividad. El lenguaje musical, el audiovisual, el literario… son medios de búsqueda. El artista tantea, intentando encontrar esa verdad, que en el caso del arte se expresa de manera subconsciente. Cuando una obra de arte roza esa verdad, suelta un chispazo, encarna una identidad, encuentra el sentimiento distinto. Nuestro cerebro (o nuestra alma, si se desea) tiene la capacidad de anticipar el sentimiento antes de que nuestra inteligencia lo asimile. En una canción, por ejemplo, la emoción nos llega antes de que sepamos cómo nos llega. Pero los mecanismos de expresión están ahí: las notas, la intensidad, el timbre, el tempo… todo se puede estudiar y decodificar pero, sin embargo, nuestro subconsciente ya lo sabe. 

Cuando encontramos el sentimiento distinto, encontramos la identidad de la obra. Si esta tiene personalidad propia, si consigue distanciarse de las demás por méritos propios, estamos hablando de arte de verdad, de algo capaz de posicionarse por encima de nosotros. Porque el arte está hecho por humanos que buscan dentro de sí mismos y del mundo que les rodea, pero que sólo es expresable mediante códigos estéticos que sólo podemos decodificar desde dentro. 

Escuché el disco Tomboy de Panda Bear por recomendación de Edu. Me llegó realmente en la tercera o cuarta escucha, en la canción Last Night at the Jetty (que adjunto más abajo). En el minuto 1:48 la voz comienza a cantar: I know, I know, I know, I know / I KNOW I KNOW I KNOW I KNOWEse cambio entre los primeros cuatro I know y los restantes me generó inmediatamente una emoción extraña, como si estuviera escuchando algo que no había escuchado en mi vida. Aunque es una pequeña parte de la canción, da sentido a la misma y cristaliza la identidad del disco y del artista. Porque logra penetrar mi esencia, mi verdad. Me conecta con lo que estoy escuchando y dejamos de ser dos cosas separadas.

Fui a casa de Edu hace unos días. Le dije que había escuchado el disco en condiciones, pero no hablamos de él. Mucho menos de esa canción y de ese momento concreto. Ambos estábamos en estancias separadas de la casa (él en su cuarto, yo en el salón) mientras Last Night at the Jetty sonaba. Y de repente, cuando el momento comentado estaba a punto de llegar, Edu salió de su cuarto con una gran sonrisa en la cara y, mirándome con toda la amistad del mundo, me cantó: I know I know I know I know / I KNOW I KNOW I KNOW I KNOW y ahí estaba: nuestra verdad expuesta, a la que Panda Bear había llegado. Y al final, esa verdad se resume en que somos amigos y compartimos cosas esenciales.


Los ejemplos que he ido poniendo y las consideraciones que he hecho son muy personales, ya que sólo dispongo de herramientas subjetivas, como todos. Pero estoy seguro de que todo el mundo que disfrute de la música, del cine, de la pintura, de cualquier manifestación artística, ha experimentado alguna vez el sentimiento distinto.

sábado, 22 de octubre de 2011

FIZ 2011. Parte 2: Frotaba y frotaba.

Todavía concentrados entorno al coche en Arzobispo Apaolaza 28, era el momento de regresar con un buen bocata en mi mano derecha junto a un cubata en la izquierda. Estábamos despiertos, preparados y más que mentalizados. Debate abierto entre la asistencia a James o Chelis, para mi el debate no existía, tenía bien claro que James (grupo cabeza de cartel) no me proporcionaba ningún tipo de emoción por el que asistir a su espectáculo –me compre un par de discos para probar- y llevaba mucho tiempo que andaba buscando la asistencia a una sesión de Chelis, encontrando en esta noche el lugar ideal para ello. Subía las escaleras intuyéndose lo que parecían las últimas notas de la sesión anterior de Pendejo dj, haciendo cumbre en el lugar donde se podía escuchar a todo el mundo en los cortos intervalos de silencio que otorgaba la música decir: “yo nunca, jamás…pero hoy”. Ahí estábamos, cuatro o quizás cinco o seis, abriéndonos hueco y colándonos hacia las primeras filas con un creciente hormigueo que comenzaba a reinar mi cuerpo como preludio al maravilloso caos que tenía que llegar a continuación. Al mismo tiempo, un larguirucho con barba comenzaba a enchufar sus aparatos. No lo podía creer, por primera vez me encontraba ante una situación en la que un dj sacaba a través de sus platos ritmos y sonidos que se correspondían a mis ideas e improvisaciones mentales, incluso en algún momento conseguía sacarme las cosquillas pillándome totalmente en cueros –parece que tenían razón los de la Rockdelux-. Estábamos teniendo momentos de gran esplendor fisicoquímico contagiado por toda la sala, como si de una infección de pepinos españoles se tratase. En algún momento que no recuerdo ni se que pudo pasar –imagino que algún tipo de chinamiento colectivo capad de una bomba de humo que nos alejase del lugar- hizo encontrarme en un bazar chino suplicando a una madre con sus hijas por la compasión de vendernos a esas horas de la noche una trascendental botella de cerveza. Utilicé mis nuevas tácticas de persuasión adquiridas recientemente en un curro como promotor en la universidad, puse en acción todas ellas, desarrollando la escena tal y como esta planificada, punto por punto hasta llegar el momento donde ya no se sabe decir no. Todavía me pregunto el porque, pero resulto totalmente catastrófico, nos encontramos en la calle perdidos y sin cerveza –aunque por lo menos hacia buen tiempo-. Definitivamente parece que resulta mucho más simple y fácil engañar a un estudiante universitario/a que a una familia de chinos. Buscando cerveza -nuestra economía no nos permite pagar los precios de las barras del Fiz-, finalmente desistimos o quizás la solución fue encontrarnos en el coche de Nacho para que nos ayudase a calmar nuestra sed. La verdad es que ahora mismo tengo un poco desestructurada la noche, teniendo recuerdos pero sin saber situarlos correctamente en un espacio-tiempo concreto, con lo que muy posiblemente lo que estoy escribiendo no se corresponda correctamente a la noche. Por ejemplo, se de la existencia de un momento –no se donde situarlo- en el cual me encuentro con un tipo (no recuerdo su nombre, solo se que es amigo de Fran) con una magnifica estética Miedo y Asco en las Vegas que me produjo una envidia y admiración, que tuve que preguntarle inmediatamente de donde había sacado esa estupenda camisa hawaiana en verde pistacho. Creo que ya era la hora, se acercaba el momento de la actuación de pony bravo, perdón que el subconciencia me traiciona, llegaba el momento de la actuación de Triangulo de Amor Bizarro. Un desparrame de punk eléctrico, noise, distorsión o todas las etiquetas que les quieras poner, nos sumergieron en una hora intensa de sudar la camiseta, de corear sus canciones, de algún que otro empujón con el de al lado –para hacer la broma, pero siempre con cariño-, de algún lametazo a la novia, de correr repentinamente a primeras filas. Con un sonido entre Sonic Youth y The Jesus and The Mary Chain, nos tuvieron una hora entregados en cuerpo y mente para dejarnos en pleno éxtasis y en busca de un sitio donde poder un rato descansar y dejar evaporar el sudor de nuestras camisetas. Encontrado el sitio ideal donde dejar tirados nuestros cuerpos durante un rato, el siguiente objetivo era no despistarnos en demasía para no perdernos la actuación “psicotrópica” de Delorean. Entramos tarde, pero sin duda en el momento perfecto. Justo entrar para empezar a sonar la famosa Deli, haciendo desaparecer nuestro cansancio acumulado durante la noche e introduciendo y dirigiendo entre el público nuestras piernas hasta el fondo margen derecha. Alguna que otra broma respecto de lo que estaba sonando, además de estar viendo entre el público chicas que excedían el culmen de lo moderno Indie. Aun no siendo santos de mi devoción, su música resulto ser prefecta para el momento y la droga que nos habíamos tomado, pudiendo sacar un gran partido de todo y todos. No se en que tema comenzó –no me conozco la discografía del grupo- pero nuestros odios comenzaron a correrse, surgía de ellos su calida cera acumulada en su interior derritiéndose por el suelo –amarilla, pudiendo ser chapoteada- a la vez que otros riachuelos de cera ascendían desde nuestros odios hacia lo más alto del auditorio, conformándose sobre mi una imagen de sinuosos ríos de cera derretida –de vez en cuando sentía alguna gota caliente caer- como si estuviese visualizando una variación del salvapantallas de Windows en el que comienzan a surgir tuberías por toda la pantalla. Sentía que las chicas de al lado se separaban de nosotros –carapapas-. Esto llegaba a su cúspide, frotaba y frotaba mi cuerpo, al tiempo que por el rabillo del ojo podía ver en un extremo a Chelis, teniendo ganas de acercarme y darle un besazo en la mejilla por el buen momento que me había echo pasar en su sesión, me parecía demasiada distancia que recorrer así que opte finalizar el momento con un abrazo colectivo pillando a todo aquel que estuviese en mi entorno –conocido o no conocido. En corro, abrazados, nos sentíamos y sentíamos la música por nosotros, parecido a aquellos momentos vividos en el concierto de Primal Scream en el FiB, pero sinceramente sin ningún tipo de comparación, hablamos de distintos niveles. Dejándome en tal estado, acabaron, dando por terminada prácticamente la edición Fiz 2011. El cierre del festival quedaba en manos de Kele Okereke, aunque podría haberme ahorrado perfectamente los veinte minutos de asistencia a su sesión y haber estado en cualquier otro lugar de manera mucho más complaciente y mira que era fácil hacerme cosquillas. Subimos arriba, un abrazo con mi prima, reconciliación con el dueño del bar de al lado de casa, Monty me chupa el dedo y pierde todas sus posesiones, finalizamos la velada con unas cervezas en el Jimi Hendrix.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Seun Kuti & Egypt 80 – From Africa with fury: Rise

Fela Kuti = Afrobeat: hibridación de jazz, funk, highlife y multitud de otros estilos conjugados entre si.

Seun Kuti recoge el legado dejado por su padre para expandir y llevar a otros límites el afrobeat, introduciéndolo en pleno siglo XXI. Cantos sugerentes secundados por gritos inaudibles de LSD. Una formación de vientos que introducen riffs sin cesar, haciendo peligrar la posibilidad de introducir un virus en nuestro cuerpo que nos haga perder el control del movimiento pélvico. Seun Kuti –compositor, cantante y toca el saxo- se pone al mando de la enorme banda de su padre Egypt 80 para firmar un segundo trabajo colosal. El disco nos sumerge desde el primer segundo en una dinámica de ascenso hacia el pleno éxtasis, sin dejarnos un ápice de descanso (ni lo quiero). Es a partir del cuarto corte Rise, cuando parece que la batería baja algo su trepidante ritmo para sumergirnos durante unos minutos en una atmosfera de purificación mental y emocional –catarsis Aristotélica-. La participación como coproductor de Brian Eno otorga al disco aires de nuevo siglo y un sonido plagado de pequeños arreglos. África tiene un color especial.



miércoles, 12 de octubre de 2011

Panceta crujiente

“Espero que sea una de esas cagadas duras, largas y difíciles”, pienso mientras me siento en la taza del váter del aeropuerto de Lisboa. Hora de volver a casa… por un tiempo. La espera me desespera hasta estos límites, hasta desear que cagar se convierta en un microrreto que superar, que me entretenga por unos minutos. La espera… una de las peores cosas a las que seguimos teniendo que enfrentarnos. Los seres humanos hemos inventado todo, estamos inventando todo, pero las esperas siguen siendo grandes huecos que seguimos sin poder llenar con pastillas o con tecnología. Dormir es la mejor manera de esperar, pero no es algo que puedas autoadministrarte sin ciertos riesgos como perder un avión. Pienso que la única manera de no perder la cabeza cada vez que me toca viajar solo sería que pusieran un Fnac en cada aeropuerto. Por otro lado, los podcasts de RNE3 parecen funcionarme mejor que un Sudoku.

“Me gusta la calvicie, nos hace ver lo que somos: un trozo de cráneo”, pienso mirándole la coronilla al taxista mientras atraviesa Cais do Sodré. Cuando la carrera termina, nos encontramos con una cola infinita a las puertas del Lux, el club más “pichi” de todo Lisboa. El taxista la mira, y se echa a reír a carcajada limpia. Empiezo a reírme yo también, intentando igualar su exageración. Mis compañeros no se ríen. La chica alemana, de hecho, no comprende muy bien de qué nos reímos. El relieve de sus venas es diferente. Sus manos son horrorosas. 

Salimos del taxi / Hablamos con unos portugueses / Media hora de cola / No nos dejan entrar / Vamos al Op Art / TaxiTaxiTaxiTaxi

Igual que en Zaragoza, lo que mola es el “antes”, el camino. Unas cervezas tranquilos, unas risas, algo de conversación, algo de buena música que emana de los locales de Bairro Alto… después vamos a la discoteca, al ambiente plano, a la música cíclica, a las caras cíclicas, a los movimientos mecánicos, a la borrachera mecánica, al reloj que se vuelve extraño, las luces la barra el dinero que vuela y finalmente acepto que me aburro en el Op Art pero hay unas vistas tremendas al Tajo pero unos DJs que no me hacen disfrutar ojalá disfrutara yo la mitad que ellos.

¿Qué hay que hacer? Aceptando la condición humana-occidental-mediterránea voy a por una cerveza… y entonces ocurre: Crispy Bacon. Pinchan esa cúspide del Techno, un género cuyo histograma es una larga planicie repetitiva con ciertos picos donde los beats consiguen funcionar y escupir olas de gustera inalcanzables en otras ramas musicales. La calidad del temazo deja todavía más claro que el resto de la sesión estaba siendo una soberana basura y comienzo a gozármela, no bailando en la pista sino apoyado en la barra, vibrando y esperando a conseguir la cerveza. Cuando la consigo, invierto la mitad restante de la canción en mandarle un mensaje a mi amigo, el cual la vivió conmigo años atrás en uno de nuestros redespertares musicales, en unas Fiestas del Pilar. 



Edu estará ahora mismo en el FIZ, con un puñado de grupos medianos a los que seguro que le sabe sacar el máximo partido sensorial. Espero que mi SMS de cariño ayude a la causa. Laurent Garnier pinchaba Crispy Bacon en el extinto festival M2 en el año… ¿2007? Eso creo. Todo lo que antes parecía música machacona con cierta gracia de vez en cuando, dio un vuelco para nosotros. A nuestros diecisiete añitos Crispy Bacon nos llegó tan dentro, con tal intensidad, que nos abrió una vía nueva en el cerebro. Bailamos como locos, pero como locos de verdad, perdiendo toda la capacidad de vernos desde fuera y moviéndonos hacia dentro, hacia dentro, hacia dentro... ¿¡cómo puede ser tan bueno esto!? Y seguía, y seguía, y seguía… y era sencillo, y era directo, oscuro y honesto, era lo que eras tú en ese momento. SENTIR la música de esta manera conocida pero nueva, y juntos, es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida, uno de esos recuerdos imborrables que sabes que han contribuido a definir lo que eres. Definitivamente se nos salió de dentro una parte que teníamos oculta, y la seguimos cargando hoy cada vez más a la vista.

Así que termino por coger el avión que me llevará de vuelta a mi ciudad por unos días, a recoger algún otro momento no sé si inolvidable, pero por lo menos no olvidable por un tiempo, que valga la pena. Casi me da “cosa” irme de Lisboa, también la voy a echar de menos estos días. Y después me dará cosa volver, y así siempre, y eso (quiero creer) es lo bonito.