domingo, 20 de noviembre de 2011

Michelangelo Antonioni, Portishead y los fuegos artificiales

(Contiene Spoilers de la película "El Eclipse" de Michelangelo Antonioni)
La estructura de una obra define en gran parte su impacto. Así como el carbono se concreta en diamante o en grafito en base a la ordenación de sus elementos, las obras que se desarrollan en una línea de tiempo (películas, canciones, novelas…) liberan su carga emocional en los “momentos de choque”, construidos mediante una estructura concreta. La escena de la cantina de Malditos Bastardos (Inglourious Basterds, Quentin Tarantino, 2009), por ejemplo, hace pasar al espectador por un desarrollo muy pausado, dilatando los tiempos, para que la condensación de la acción final suponga una pequeña catarsis, contrastando con el ritmo de lo anterior. Una escena que se construye durante una media hora, se resuelve en apenas unos segundos.

Tanto la música como el cine han encontrado sus propias estructuras funcionales. Estamos acostumbrados a que las canciones sigan la fórmula Estrofa A – Estrofa B – Puente – Estribillo – Estrofa A – Puente – Estribillo x3 (o similar) y las películas se desarrollen en base al paradigma Detonante – 1er punto de giro – Midpoint – 2º punto de giro – Clímax. Son métodos que funcionan y que se han usado y usarán continuamente. Pero, ¿no se pierde así cierta capacidad de sorprender, de explorar otros caminos? Si esta distribución de pesos es tan importante en una obra, es lógico pensar que aquellas que juegan con la estructura pueden llegar a sitios nuevos y continuar renovando el medio.

La canción Threads de Portishead y la película El Eclipse (L’eclisse, Michelangelo Antonioni, 1962) comparten una estructura muy similar, y ambas consiguen llegar a un mismo sentimiento. En los dos casos, el tramo final reformula todo lo que lo precede, en los dos casos se produce un “eclipse”. Cada obra utiliza los códigos del medio al que pertenece para sostener una misma conclusión.


Este es el final de El Eclipse. Una película donde se nos presenta una relación amorosa entre dos personas. Podemos decir que es una historia narrada de forma convencional, con sus características propias pero no muy alejada de los cánones habituales. Pero una vez hemos convivido con esas dos personas en pantalla durante casi noventa minutos, la cámara se va. El punto de vista cambia, se aleja, y la película nos empieza a mostrar escenarios, personas, detalles de la vida cotidiana… tintados por la música de Prokofiev que imprime valor a cada una de las impresiones que se nos van mostrando, hasta el punto de alzarse por encima de la trama que hemos seguido. ¿Qué tiene más peso para el espectador: la historia de esa pareja o ese mosaico del mundo que los rodea? La pareja comienza a quedarse pequeña, es tan sólo una parte del universo. La pareja se ve “eclipsada” por la propia película.

Algo parecido ocurre con Threads. La canción de Portishead se desarrolla de manera normal. Una canción más de la banda, con duración y estructura que no desentona con el resto del disco Third. Pero más o menos en el minuto 4:35, un sonido que formaba parte de la canción comienza a imponerse a la misma, y acaba abarcándolo todo durante casi un minuto. Sólo silencio y ese sonido. Se alza por encima del bajo, de la guitarra, de la percusión, de la voz de Beth Gibbons… y es hermoso. El sonido pasaría desapercibido si la canción no nos hubiera predispuesto para escucharlo, para darnos cuenta de su textura, de su modulación, de sus intensidades… El sonido eclipsa el resto de la canción. Tanto el tramo final de El Eclipse como el tramo final de Threads suponen un estallido sensorial sin ningún significado concreto, sin intertextualidades connotaciones. Todo lo precedente ha servido para llegar a la desnudez perceptiva necesaria para que una sucesión de imágenes y música o un solo sonido caiga sobre nosotros con todo su poder. El arte en su forma más pura, en aquella que no es preciso entender.

Primal Scream finaliza los conciertos de su gira Screamadelica Live con un procedimiento muy parecido. La banda termina de tocar, y sale del escenario dejando los amplificadores encendidos, que emiten oleadas de sonido distorsionado y chirriante durante unos minutos, mientras las luces estreboscópicas hacen lo propio. Y ahí está el público, en silencio y con la mirada fija en el escenario vacío hasta que el pipa aparece de nuevo para desconectar el equipo. Una celebración de los sentidos, como en un espectáculo de fuegos artificiales. La belleza de nuestra capacidad de ver y oír, de la que a veces somos inconscientes. Portishead y Michelangelo Antonioni han llegado a conseguir un efecto tal manipulando la estructura convencional, jugando con el lenguaje. Como muchas otras grandes obras de todas las artes, su grandeza está en la ruptura.

2 comentarios:

  1. Por una parte me esta jodiendo escribir este comentario porque al hacer clic, se ha parado la canción.

    Pero por la otra parte, conseguiste que vuelva a meter a Portishead al Ipod.

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  2. Digo, me alegro de que te expliques asi. Hay veces que leo y me diluyo. Siendo directo no. Perfecta manera de ayudar a entrar en el cine de los italianos.
    Agradecido de veras

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