martes, 3 de enero de 2012

Cool out, Bop in

Abrió el cajón agobiado, en busca de un cigarrillo. Por un momento temía perder el control, pero en cuanto su organismo absorbió la nicotina todo el universo se detuvo de nuevo. Thompson fumaba por el mismo motivo por el que hacía todo lo demás: porque era lo que tenía que hacer. Había terminado su trabajo como estaba previsto, y ahora esperaba en silencio en su oficina a que dieran las diez y media.

Jamás había tomado riesgos, nunca se había salido de lo establecido. Una vida que resumen los libros de texto más elementales: nacer, crecer, relacionarse, reproducirse y morir. De haber nacido como planta o como perro, su vida sólo habría variado en forma, y no en contenido. Dormir, comer, trabajar… llenaba su tiempo libre con largos silencios y manejaba las interacciones sociales justas para que su supervivencia pudiera desarrollarse con normalidad. Tenía todas las respuestas necesarias para que nadie se viera tentado a hacerle más preguntas de las necesarias.

Pero ese día era distinto. Si Thompson llevaba veintiséis años preocupándose de su supervivencia como individuo, ahora empezaba a preocuparse por la supervivencia de su especie. Era lo que tocaba. Lo sentía (dentro de lo que para él significaba “sentir”) escrito en su inercia, y debía elegir las condiciones propicias para hacerlo posible de la manera más aséptica posible. Limitaba la búsqueda al entorno de su oficina, donde más posibilidades había de que surgiera una relación. Dentro de las mujeres que trabajaban allí Margaret era, sin duda, la que ofrecía una mejor combinación genética: rubia, ojos azules, piel suave, alta, esbelta… garantizaba unos hijos guapos y sanos. Ya sólo faltaba concretar la ocasión perfecta para acercarse a ella. El momento en el que estuviera más vulnerable, para que Thompson no tuviera que esforzarse más allá del manual.

Nochevieja de 1956. Fiesta en la oficina. Un contexto cerrado, donde podría destacar fácilmente sobre los demás hombres, alcohol para facilitar el acceso, música suave… todo bajo control. Aunque desde aquel cigarro hasta el comienzo de la fiesta los minutos se le hicieron eternos, el momento llegó como estaba previsto. Thompson la miraba desde el otro lado de la sala, veía cómo el whisky iba minando su sensibilidad, cómo afloraban cada vez más las grandes sonrisas, con esos dientes perfectos que algún día pasarían a las bocas de sus hijos. Cuando la cuenta atrás llegara a su fin, cuando el clímax del nuevo año se impusiera en el ánimo general de los asistentes, Thompson acortaría rápidamente las distancias y se presentaría como el hombre apuesto, encantador y atento que había ensayado ser… pero nada ocurrió según lo planeado.
Cuando el reloj marcó las doce, y el cuerpo de Thompson viró hasta centrarse en la dirección de Margaret; un corcho impulsado por un estallido de champán a cuarenta kilómetros por hora rebotó en la frente del hombre apuesto, encantador y atento y lo hizo caer al suelo dejando un visible círculo rojo en el lugar del impacto.

Lo primero que vio Thompson, aún en el suelo, nada más recuperarse de la desorientación fue la cara redonda de una chica que sostenía una expresión preocupada: “¿Estás bien?” La asesina del corcho ayudó a levantarse a su víctima y, sin soltarle el brazo, rompió el silencio con una sonora carcajada. Toda la estancia empezó a reír, e incluso Thompson lo hizo (aunque por pura corrección social).

Sin saber muy bien cómo, cinco minutos después del incidente Thompson continuaba hablando con la chica. Era morena, bajita, tenía una constelación de espinillas en el lado izquierdo de la cara y unos pendientes que no se correspondían estéticamente con su vestido. Hablaba mucho, de cosas que a Thompson no interesaban en absoluto. La chica le insistió para que bebiera una copa de champán, que él acabó aceptando para ver si se apaciguaba el intenso dolor de cabeza. Cogió la copa en su mano y le dio un trago. Había bebido antes (no hasta emborracharse, sólo para mantener su imagen), pero por primera vez le apetecía de verdad. Se acordó de inmediato de Margaret y fue a buscarla con los ojos. Pero cuando la encontró se llevó una decepción inesperada: vio su exceso de maquillaje, las sombras que hacía su flequillo en la frente, y fue bajando y vio sus codos resecos, sus rodillas metidas para dentro, sus exagerados tacones… De repente la vio sonreír ampliamente, y Thompson dio un respingo al contemplar la exageración de su mandíbula, que le obligó a volver a la conversación con la nueva chica. Por primera vez la encontró sumamente agradable y esto, al mismo tiempo, le hundió en un pozo de inseguridad. Se dio cuenta de que no tenía códigos, de que no sabía qué hacer y qué no hacer con una mujer que escapara a los estándares, y se puso pálido mientras su dolor de cabeza ganaba intensidad.

“No estoy bien, me duele la cabeza”, acertó a decir. “No te preocupes, toma esto”, la chica rebuscó en su bolso y sacó un pequeño joyero del que extrajo dos pastillas. Se tragó una con un trago de champán y le dio la otra a Thompson. “Trágatelo, ¿cómo te llamas?”. “Thompson… ¿qué es?”, dijo él tragándose la pastilla. “Es bencedrina, te sentará bien. Bueno, te estoy mintiendo. Sólo te sentará bien si vienes conmigo”. “Vale, pero, ¿tú cómo te llamas?”. “Dímelo tú, ¿cómo me llamo?”. Thompson pensó un momento o, mejor dicho, no pensó. No pensó por una vez en su vida y dijo: “Anita, te llamas Anita”. Anita sonrió, le cogió de la mano y lo arrastró hasta la salida.

Fue en la calle cuando Thompson se dio cuenta por primera vez de lo que acababa de suceder. Había recibido un buen golpe, se había tomado una pastilla sin siquiera conocer sus efectos, y estaba siendo arrastrado calle abajo por una desconocida a la que acababa de poner nombre. Tras unos minutos caminando y a ratos corriendo, llegaron a un callejón donde un montón de gente repartida en varios grupos hablaba muy alto, bebía y reía. Thompson, conducido por Anita, atravesó una puerta de azul aterciopelado que conducía a una pequeña sala oscura abarrotada de humo y plagada de mesas. Todas dispuestas en torno a un escenario con un piano, una batería y un contrabajo apoyado torpemente en una silla. Anita seleccionó una de las mesas disponibles y los dos se sentaron.

Thompson se alegró infinitamente de estar sentado, porque algo le había estado ocurriendo en el último tramo del camino. Algo raro pasaba dentro de él, como si toda la vida hubiese llevado un peso sobre los ojos que ahora no estaba. No terminaba de ser del todo agradable. Intentó tranquilizarse mirando a Anita, que tenía los ojos clavados en el escenario vacío. Sin encontrar calma en ella, echó mano al bolsillo interior de su chaqueta en busca de un cigarrillo, y sacó el paquete con cuidado. Lo hizo todo realmente despacio, notando con las yemas de los dedos cómo los cigarros estaban amontonados uno al lado del otro, notando el minúsculo espacio que los separaba. Extrajo uno, seleccionándolo específicamente, y se lo llevó a la boca. “Lucky Strike” dijo para sí, dejando que su voz se le rompiera un poco en la garganta, y se lo encendió. De pronto vio a todo el mundo a su alrededor manejando sus cigarrillos de una manera personal, entendió perfectamente cómo cada uno de los asistentes mantenía una relación especial con su hábito, cada uno lo llevaba a su boca mediante una combinación concreta de sus falanges, cada uno aspiraba con una cadencia distinta, y escupía el humo hacia una dirección o moldeando sus labios de una forma precisa. Automáticamente le ofreció un cigarrillo a Anita, y se deleitó viendo cómo se lo fumaba, cuál era su forma de hacerlo. Después miró su cigarro y a su mano sujetándolo, y se encontró perdido y sin identidad, sin saber cómo manejarlo. Copió los movimientos de Anita con la mayor precisión posible. Fumó como ella.

De pronto, al escenario salió un chico muy joven, negro, sujetando una trompeta entre las manos. Todo el mundo calló y pidió silencio, y el trompetista empezó a tocar. Emitió una nota suave, muy muy suave y muy larga, y después lanzó otras doscientas seguidas, que viajaban de un lado a otro, sin posarse en ninguna melodía, totalmente desconectadas entre sí en intensidad, tono y duración. Thompson empezó a notar cómo su corazón iba a mil por hora. Se notaba separado unos centímetros de su cuerpo, algo más arriba de lo normal. No entendía nada de lo que ese chico negro estaba haciendo, no encontraba ningún clavo al que aferrarse. Se empezaba a sentir muy perdido y muy solo mientras veía al resto del público disfrutando del espectáculo. Miró a Anita con ojos de desasosiego, y la cogió de la mano suplicándole ayuda casi sin darse cuenta. Ella lo miró muy serenamente, como si fuera dueña absoluta de la situación, se acercó a él y le besó. Era la primera vez que Thompson besaba de verdad a una chica, y en el primer segundo del beso aprendió todo lo que hay que saber para besar de verdad. Lo aprendió todo de muchas cosas, de hecho. O más bien, aprendió muchas cosas de todo. Después del beso se calmó, disfrutó de las nuevas sensaciones y, aunque seguía sin gustarle la música a pesar de que ya había entrado el resto de la formación, disfrutó viendo cómo Anita la disfrutaba.

Llegaron al piso de Thompson, con un par de bencedrinas más encima, y trataron de hacer el amor. Pero a él le fue imposible concentrarse y conseguir una erección. Así que durmieron abrazados, mientras Anita le contaba las bondades del hard-bop y él fingía escuchar.

A la mañana siguiente, Thompson le hizo el desayuno a Anita y le pidió muy seriamente que se casara con él y que tuvieran hijos. Ella se rió, le besó e hizo el amor con él. Después, se fue dejando caer un puñado de excusas. Thompson nunca volvió a verla, pero pasó años buscándola. La buscó en las calles, en los clubs de jazz, en las cafeterías, en las tiendas… Y en ese tiempo que la estuvo buscando conoció a un montón de gente, les puso nombre a un montón de chicas, y entendió por fin lo que quería decir la trompeta.

lunes, 2 de enero de 2012

2011: Resaca de campeonato

No encuentro nada que consiga saciar mínimamente mi consumo de música. Descargo y descargo, y de vez en cuando compro. Desde hace un tiempo no consigo encontrar discos que consigan abducirme hasta radicalismos adolescentes donde podía devorar ansiosa y repetidas veces la discografía entera de Radiohead, desvariar mi imaginación con las escuchas del Scremadelica o quedarme un buen rato tirado en la alfombra mientras Morente cantaba una vidalita. ¿Qué coño esta pasando? ¿Soy yo o es que la crisis esta actuando a todos los niveles?

2011. Un años más. Busco y encuentro un montón de cosas que escuchar. Multitud de grupos golpean las ventanas de mi ordenador -exceso de información- pidiendo por favor una sola escucha. Colapsado, elijo instintivamente según las criticas, el color de la portada, el nombre del grupo o alguna canción de nombre provocativo. Me topo con gran cantidad de mierda que me gustaría poder ahorrarme, pero también salen a flote sobre ella multitud de nombres desconocidos (para mí) que sorprenden y hacen que un año más merezca la pena el esfuerzo constante de búsqueda. Pero nada consigue hacerme enloquecer hasta puntos de dependencia física-moral diaria.

Crisis mundial, bancos, mercados y las discográficas han otorgado el poder de masas a privilegiados de la talla de Lady Gaga o los recientes estrellados Coldplay. Nos inundan de festivales veraniegos donde el protagonista es el adolescente-borracho-güiri y la música es utilizada como mero macro-negocio. Mientras tanto, existe un subsuelo que proporciona una alternativa donde cada vez se cultivan menos los géneros y modas, imponiéndose el creacionismo totalmente personal. Internet, la autoproducción, autoedición (auto +…..)…etc., a incentivado la aparición del artista que es capad de crear un mundo musical propio, refugiado en su cuarto en busca del sonido y la letra, dejando de lado los grandes estudios de grabación donde se concebían las grandes superproducciones de antaño. 2011 deja una resaca heterogénea donde el Indie va quedando poco a poco anclado en el pasado y nos introducimos en modernas producciones derivadas de Animall Collective y cruda realidad de singer-songwriters.

* Click con botón derecho sobre la foto - abrir ventanta = video de youtube.


Connan Mockasin - Forever Dolphin Love



Zomby - Dedication



Bigott - The Orinal Soundtrack



John Maus - We Must Become The Pitiless Censors Of Ourselves



Seun Kuti & Egypt 80 - From Africa with Fury Rise



Anoushka Shankar - Traveller



Panda Bear - Tomboy



Bon Iver - Bon Iver, Bon Iver



PJ Harvey - Let England Shake


Wilco - The Whole Love



El Columpio Asesino - Diamantes


Capsula - In The Land of Silver Souls



Gang Gang Dance - Eye Contact