jueves, 29 de septiembre de 2011

Erasmus uno.

 Narración del primer contacto con la experiencia Erasmus en Lisboa.

Son las doce y media de la madrugada en un cuartito pequeño en un piso de estudiantes en el centro de Lisboa. “Sinnerman” de Nina Simone entra por la ventana entreabierta, y no sé muy bien de dónde viene. Pienso en si me gustaría estar en la fuente de la música, donde antes han puesto “Sexual Healing” interpretada por The Hot 8 Brass Band. Es mi segundo día aquí, mi segundo día extraño, de sentimientos en constante movimiento pero que suelen oscilar en torno a un torrente capital de melancolía. Supongo que es el sentimiento base sobre el que se colocan los demás, según los estímulos con los que ande jugando.
Parece una ciudad de las mías, con un ambiente con el que me siento familiar, donde las veces que he pisado lugares con música la atmósfera fluía impregnada de buen gusto. Me falta alguien con quien compartirlo, todas esas relaciones que dejo en casa. Necesito compartir, supongo que sin alguien especial viviendo lo que yo vivo sólo extraigo el cincuenta porciento de la experiencia. Mis compañeros de piso, que constituyen el grueso de mi vida social aquí, se me quedan extremadamente cortos y, aunque sé que crecerán, dudo mucho que lleguen a las cotas de grandeza de mis amigos o familiares.
Mi compañero danés me dio una buena sorpresa al poner música de la cena. Empezó a sonar “Chan Chan” de Buena Vista Social Club, generándome un hilo de conversación instantáneo. Aún así, creo que este tipo es más bien inorgánico. Insiste en lo organizado que es (casi como en un guión se presentaría un personaje), y parece que ha pisado lugares como India y Cuba. Tiene pinta de existir una membrana entre su forma de ser y las emociones de las que disfruta, sin llegar a implicarse del todo en ellas, mirándolo todo un poco desde arriba, o por encima del hombro. Cocinó ayer, bastante bien. Nos pidio cuatro euros a cada uno por la cena (lo que habían costado los ingredientes). No me gustó eso. De todos modos, pronto mis juicios se irán despejando, espero que para bien. De momento, quiero prepararle unas cuantas canciones de flamenco para que lo descubra, porque creo que le va a gustar.
Ahora suena “Libertango”. Es posible que se trate de un concierto. En todo caso, es una de esas cosas que pasan que te da algo de salud en momentos así. Estás perdido por el mundo, perdido en ti mismo… y de repente cierto duende que reconoces como tuyo aparece en forma de música (la mejor forma) para darte un pequeño abrazo cálido. Es maravilloso que ocurran estas cosas. Como cuando hoy, dando una vuelta por la zona de Chiado, he encontrado seis perchas tiradas por el suelo, bien recogiditas. En mi cuarto tengo un buen armario, se me queda grande incluso… pero sin perchas. Así que hala, las he cogido y las he metido en la mochila. He pasado el resto del paseo con varios ganchos sobresaliéndome por la espalda, bien contento. Este tipo de regalitos del destino me vienen de puta madre.
Hoy me quedo aquí, en el cuartucho, leeré un rato y a dormir. Ayer conocí la zona de bares, en Bairro Alto, y realmente me encantó. Los garitos, como ya he dicho, bañados por el buen gusto y muchos de ellos con actuaciones en vivo. En el que estuvimos, una negra le daba a los bongos mientras cantaba, acompañada de un bajista, un gutarrista y un batería. Emanaban un buen rollo impresionante, por el que me sentí atraído instantáneamente viendo a la gente bailar de forma totalmente orgánica y sincera, y bajándome un litro de cerveza por tres euros. Genial. Pero claro, de los míos, yo era el único que bailaba. Me sentí muy falto de un compinche, y todavía más cuando fuimos al Music Box, la discoteca donde todos los erasmus acaban yendo a perrear. La música pegó un buen bajón, basada en hits que poco me aportan a estas alturas, pero aún era disfrutable si sonaban cosas como “Chick Habit” o “Jailhouse Rock”. Cuando tiraban más al pachangueo puro me dedicaba a mirar a la gente: todos se lo estaban pasando muy bien pero yo no sabía muy bien por qué, y eso que a esas alturas ya estaba yo bastante borracho. Pero claro, no me interesa el ligoteo, ni tengo a ningún amigo cerca, ni me gusta la música. Así que, cuando ya estaba aburriéndome a muerte, comenzó a sonar “Superstition” de Stevie Wonder y me dije “Fran, que le den por culo, tu haz lo que sabes a ver qué pasa”. “Lo que sé” es ser yo, sacarlo todo de mí y hacer el capullo… y eso se cristalizó en un baile exagerado que comenzaba por mi paso funk consistente en juntar los pies, y después separarlos en direcciones opuestas, en forma de X, donde los pies juntos serían el centro y los extremos de las aspas corresponderían a los pies separados, el pie izquierdo siempre a la izquierda y el derecho a la derecha. Rápidamente se formó un pequeño corro con la gente que me habían presentado allí y algunos que no conocía. Escuché algunos silbidos y aplausos, y me crecí un poco. Estiré mi show con pasos que me iba inventando sobre la marcha, y como colofón me saqué el gorro que llevaba en el bolsillo (rollo Hunter S. Thompson, regalo de un querido amigo) y me lo puse. La canción duraba demasiado, y yo ya no podía mantener el interés de mi público. Así que detecté a un tipo cerca de mí y lo introduje en el baile, pudiendo aminorar mi esfuerzo físico y mental. Después de eso, se acabó. Terminé reventado, y toda la cerveza que llevaba en el estómago hizo una masa fea que me hacía pasarlo mal mal, unido al aburrimiento para el que ya no había solución.
Tras este gran momento en mi primera noche de Erasmus, decidí escribir “Superstition” en la Moleskine, para acordarme siempre. Mi compañera de piso que me acompañaba, me sugirió que debería escribir algo más que eso, que apuntara lo que me saliera en ese instante. Así que escribí esto:
Siempre: Silbidos por hacer lo de ser quien soy/soltarme. MaJia de personas. Esto es raro. Mañana será Raro2. Hay que ser orgánico. Amo a la gente que lo es. Silbidos. Mañana./
Me gustó mucho que esta chica me instara a escribir algo así. Me cayó mucho mejor. Espero que siga teniendo estos momentitos, en los que el disfrute y la emoción se basa en una relación directa entre el mundo y yo, sin intermediarios, sin espectadores activos que lo valoren. Sólo los estímulos y mi papel en ellos. Es algo que me concierne sólo a mí. Echo de menos a mis amigos, pero al estar solo también estoy más conmigo. No sé si me explico.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

De cómo la procrastinación me empujó a la esquizofrenia

Procrastinación: castellanización del término inglés "procrastination", referido a la conducta crónica de dejarlo todo para el último momento.

Que quede claro desde el principio que no he revisado este texto. Lo he escrito y ya está. Llevo noches queriendo escribirlo, pero simplemente no lo he hecho hasta ahora. Porque soy así, no hago las cosas hasta que no me queda otro remedio. Siempre he confiado en el talento, en la inspiración, y nunca en el trabajo. Supongo que cuando verdaderamente se convirtió en un problema fue cuando me fui a vivir solo. Todos los barrotes, las responsabilidades, las obligaciones... se transferían a mi gestión directa. La cadena de mando doméstica empezaba y acababa en mí. Hasta entonces, los problemas causados por mi "enfermedad" habían sido mínimos. Incluso los resultados satisfactorios de mis actividades reforzaban mi cuestionable modo de vida.

¿Cuándo empezó todo? Creo que es imposible saberlo. Puede que una mezcla entre la seguridad del hogar y una pequeña ventaja intelectual sobre, digamos, "el resto" hayan establecido los cimientos para desarrollar mi "problema". El poder llevar una vida normal lo ha desarrollado hasta estas condiciones extremas. Trabajos escolares, tareas del hogar, higiene personal, gestiones burocráticas... todo pospuesto hasta el último momento. Poco a poco, conforme los años han ido pasando, el cerco de lo que yo llamo "momento inevitable" se ha ido cerrando más y más. El "momento inevitable" es ese instante donde, si no haces de una vez lo que tienes que hacer, no lo haces. Por poner un ejemplo, si tenía un examen en dos semanas, me prometía a mí mismo que lo empezaría a estudiar semana y media antes y, después, iba encadenando varios "no, mejor mañana" hasta que el día anterior al examen llegaba. Antes, el "momento inevitable" llegaba a la tarde anterior al examen. Más tarde, a la noche anterior. En las últimas fases de mi "condición", el estudio para ese examen comenzaba apenas unas horas antes del mismo.

Y así con todo, a cada vez mayor escala. Pero claro, lo hiciera como hiciera siempre aprobaba ese examen, o conseguía renovarme el pasaporte justo antes de salir de viaje, o me daba esa ducha antes de empezar a oler demasiado mal. Pese a todos esos obstáculos autoimpuestos, conseguía salirme con la mía. El verdadero problema era vivir en ese estado de limbo, donde podías sentir cómo todas tus tareas y responsabilidades te pesaban como una losa, contaminaban todo el aire, la comida, la música, el pensamiento: "tengo que hacer esto", "tengo que hacer lo otro", "va, en un rato", "venga, ahora me pongo", "cinco minutos más"... día a día mis conexiones sinápticas pasaban por este mal trago, hasta el momento en el que por fin el "momento inevitable" llegaba, hacía lo que tenía que hacer y el subidón oleaba en mi sentimiento de manera cálida, como de agradecimiento.

Cuando empiezas a vivir solo, tienes que hacer una cantidad ridícula de pequeñas gestiones que implican un entramado burocrático muy duro de superar para un enfermo como yo (huelga decir que, cuanto más aburrida e insípida sea la tarea a realizar, más tarde llega ese "momento inevitable"), y no hablo solo de escrituras, facturas y demás papeles; sino de cosas como hacer la compra, fregar o cocinar para mí. Se le añade un factor totalmente desestabilizador para una mente procrastinadora como la mía: hay que madrugar. Introduzco en mi relato uno de los archienemigos más poderosos con los que se ha encontrado la buena voluntad que en realidad guardo dentro: el snoozer. Para cualquiera a quien se le escape el término, es aquella herramienta del despertador (que llevan, por ejemplo, los móviles) que te permite aplazar la alarma durante un tiempo determinado como, digamos, cinco minutos. La alarma suena, tú le das al snoozer, y te deja dormir otros cinco minutos, y otros cinco, y otros cinco... creo que mi récord personal con el snoozer es de nueve horas durmiendo en lapsos de cinco minutos.

Puedo asegurar que todas las horas que he pasado haciendo snoozing, fragmentando horas y horas de sueño en pedacitos de cinco minutos, han malformado mi cerebro hasta límites duros de confesar. Si bien también me han dado períodos oníricos con episodios de lucidez visionaria y vastas alucinaciones y parasomnias fantásticas; me han convertido en un auténtico drogadicto. Lo único que separa moralmente el chute de heroína con el "cinco minutos más, por favor", es la aceptación social.

Aún con todo, uno es consciente de esto. Conoce sus debilidades. Las primeras semanas de mi independencia no hubo un solo día en el que me levantara antes de las dos de la tarde... poniéndome el despertador a las diez o las once de la mañana. Y de nuevo os presento otro concepto: mi yo nocturno y mi yo matinal. Mientras el primero está dispuesto a madrugar al día siguiente y hacer todo lo que hay que hacer, el segundo sólo quiere dormir, dormir y soñar; estar agustito en la cama y que la vida pase. La batalla entre mis dos yos acabó por separarlos tanto que, ahora mismo, puedo considerarme con doble personalidad.

Traté de ponerme el móvil (que siempre he usado como despertador) todo lo lejos posible, para obligar a mi yo matinal a levantarse de la cama y, así, que pudiera deshacerse del hechizo. Pero él usaría el snoozer y volvería a la cama, móvil en mano, pensando en levantarse dentro de cinco minutos. Traté de acostarme pronto para que mi otro yo disfrutara de todas las horas de sueño que quisiera, pero aún así seguía durmiendo hasta tarde. Yo le daba todo, intentaba acercarle todas las soluciones... pero su egoísmo era extremo, y conocía de sobra su poder. Incluso he intentado aceptar esta naturaleza nuestra, armar nuestra vida en torno a ella, pero no es nada práctico, es inviable a largo plazo. Mi procrastinación comenzó a afectar a mis relaciones personales, a mis relaciones familiares, a mi trabajo y mi economía, e incluso a mis aficiones: "mañana quedaré con esa chica" o "mejor empiezo a leer este libro esta noche" o "no pasa nada si hoy no voy a trabajar". Todo ello orquestado por mi otro yo, por supuesto, que tenía influencia en todas las facetas de mi vida.

El paso definitivo fue cuando, desesperado por no encontrar una salida a mi "problema", le escribí a mi yo matinal una larga nota. Le pedi por favor, le hablé de las consecuencias de esta actitud, le abrí mi corazón esperando una respuesta. A la mañana siguiente leí la nota, me reí de mí mismo y seguí durmiendo. No había nada que mi yo nocturno pudiera hacer. Él sabe lo que nos gusta, quedarnos en la cama y que le den por culo a todo. La cuestión es hacer las cosas cuando no quede otro remedio, poder disfrutar del ahora y hacer que el ahora dure todo lo que pueda durar. Es difícil aceptar las responsabilidades y ocuparse de las cosas, demasiado difícil. Pero vamos, que él me escribió esa nota y a partir de ahí nuestra personalidad quedó desdoblada. La división entre mañana y noche se volvió todavía más difusa. Ahora estamos todo el rato aquí, cada uno tirando para su lado. Pero yo soy más fuerte, porque mi lado es el fácil, el lado de no hacer nada, y él tiene que trabajar y sabe que en el fondo es débil. Miramos Internet largo tiempo, y en esta cabeza existe una presión importante: "debes terminar tu presentación para mañana", "tienes que ir a comprar leche", "hoy es el cumpleaños de papá". Pero mientras todo esto ocurre aquí lo que estamos haciendo es mirar Internet. Metidos en Facebook o en cualquier foro que no tiene nada de interesante, sólo un puñado de letras que no nos afectan. Pero aún así, sabemos que cuando tengamos que llevar a cabo la presentación de mañana, lo haremos. Todos nos aplaudirán, a todos les encanta nuestro trabajo. Lo haremos en ese "momento inevitable". Lo haremos. Siempre lo hacemos.

TIM T. PEARSON. Dont Get Married for six weeks after XTC.

1985: La policía antinarcóticos Americana decreta que la MDMA o éxtasis carece de uso médico -incluyéndola en la Lista I - concluyendo con la prohibición de la sustancia a nivel internacional.

Unos meses después: Se abre un amplio debate en los medios de comunicación tanto por personal especializado como no, sobre la ilegalización del MDMA, su incorporación al mercado negro, así como las consecuencias psicosociales que podría conllevar. Al mismo tiempo, un grupo de índole psicodélica -conocido como New Age- que apoyaba la difusión de la sustancia, se expande a lo largo de los campos universitarios americanos.

1987: Se produce una explosión en las calles con la aparición de grandes partidas de MDMA o éxtasis (con grandes adulteraciones incluso sin la existencia de la sustancia) conformándose las bases de lo que desembocaría en el denominado Segundo verano del amor y la futura cultura Rave.

En la terraza de casa, justo al lado de la lata de bombillas. Howe Gelb –con la banda gitana- suena de fondo. A la espera, las croquetas de bacalao caseras compradas por mi madre en la carnicería de abajo, como petición mía para la ocasión. Son ya más de 40 minutos esperando al tipo este -me previnieron que en la puntualidad no residía su punto fuerte- pero los nervios a realizar mi primera entrevista -además de ser Tim T. Pearson el entrevistado- me hacen preguntarme: ¿porque coño me habré metido en este berenjenal? Ahora podría estar en mi terraza sin ningún tipo de nerviosismo -tirado en la hamaca-. Llaman al móvil, es Tim T. que no se acuerda del portal. Bajo a buscarle.

Tim T. Pearson, apoyado en la pared sobre una pierna -me mira con expresión de no encontrar lo esperado-. Nada más verle uno ya entiende el porqué de todo tipo de habladurías que lo rodean. Parece todavía el exacto personaje que estuvo presente en todas aquellas grabaciones (Scremadelica, Bummed…) como si hubiese salido en este mismo momento del estudio. Camisa hawaiana, pantalón corto –tiene pinta de ser bañador-, chancletas cangrejeras de plástico, eso sí, con un desacorde afeitado inmaculado impregnado de aftershaves. Tras un intento de persuasión para subir a casa, no accede y finalmente acabamos sentados en la terraza del bar del parque –cervezas-. “Yo sé por qué la gente tuvo esa reacción respecto a toda aquella explosión que rodeaba el MDMA, todo era un relato, una metáfora, en la que queríamos creer. Veníamos de años donde el caos se escuchaba en cualquier lugar, se exhibía en las primeras listas musicales, había perdido toda credibilidad. Se palpaba en la calle la necesidad de algo nuevo. Se formo la mezcla perfecta: ambición de cambio, música y las drogas adecuadas”. Me llaman al móvil – joder! le he cortado- mi madre, preguntado mi paradero, que las croquetas se quedan frías. Hago lo irremediable para intentar no cortar el hilo de la conversación, aunque sea ya imposible, el tío parece estar obnubilado con las nubes del cielo mientras hablo. Por fin me deshago de la chapa materna. Trato de llamar la atención de Tim, pero está totalmente abstraído en sus pensamientos, desde fuera resulta algo extraño ver como mueve levemente los labios mientras mira fijamente al cielo dando la sensación de estar recitando algún tipo de plegaria –como cuando llevo a mi abuela en coche al pueblo y la observas en el asiento de al lado rezando sigilosamente un padre nuestro-. Al fin consigo sacarle de su ensimismamiento e intento a marchas forzadas reconducir la entrevista, así que vuelvo a preguntar sobre el punto de partida. “Tú debes pensar: ¡¡como esta este tío!! Pero es que para aprender hay que coger fiestas locas, que son las peligrosas. Yo trasnocho toda la vida. He llegado a estar metido varios días en un cuarto con gente sin conocerla de nada. Sobre aquellos días, tampoco recuerdo demasiado. Recuerdo pasearme por el estudio de lado a lado tocando cualquier instrumento que pillaba, entre lo que parecía más una convención de camellos que un estudio de grabación. Durante el proceso de grabación solíamos adoptar una rutina semanal: de martes a jueves pasábamos todo el día trabajando en el estudio. Cuando llegaba el jueves noche, salíamos directamente del estudio a los pubs de Londres hasta que llegaba el domingo. El lunes lo dejábamos como día de hibernación en la cama. Teníamos una idea mental que concebir, nos parecía exquisita y embriagadora, pero luego estaba la práctica…fueron momentos donde conseguimos grandes destellos de luminosidad. Creo que la dieta mediterránea que nos recomendó Bowie para desayunar pudo servir de ayuda: leche, pimientos del piquillo y cocaína. De lo años siguientes al 1991…no sabría que decir” Hace ocho años que no colabora en la producción de un disco, ermitaño en su bungalow-estudio de Almería, dice estar recopilando la mayor colección de sonidos de la zona. “La música Indie no me interesa, es un total retroceso. Ahora salen pocos grupos que sepan irse realmente por bulerías. No quiero decir que no se hagan cosas buenas, pero resulta complicado encontrar verdad. Es difícil cambiar algo, ahora se juega con cambios en estructuras, producción, sonido; pero lo realmente complicado es cambiar algo durante largo tiempo. Con aquellas grabaciones conseguimos cambiar lo que entendíamos como música de baile, se produjo una beatificación del ritmo”. Esta noche Tim T. Pearson estará pinchando en el Pub El Zorro –recomendable la asistencia-. Intento sacarle alguna pista de las que pueda poner por la noche pero no accede. Antes de despedirnos, le regalo uno de los discos que mas he estado escuchando este año Tomboy de Panda Bear, a ver si se lo escucha esta tarde y me da una buena alegría en el pleno éxtasis de la madrugada.