miércoles, 28 de septiembre de 2011

De cómo la procrastinación me empujó a la esquizofrenia

Procrastinación: castellanización del término inglés "procrastination", referido a la conducta crónica de dejarlo todo para el último momento.

Que quede claro desde el principio que no he revisado este texto. Lo he escrito y ya está. Llevo noches queriendo escribirlo, pero simplemente no lo he hecho hasta ahora. Porque soy así, no hago las cosas hasta que no me queda otro remedio. Siempre he confiado en el talento, en la inspiración, y nunca en el trabajo. Supongo que cuando verdaderamente se convirtió en un problema fue cuando me fui a vivir solo. Todos los barrotes, las responsabilidades, las obligaciones... se transferían a mi gestión directa. La cadena de mando doméstica empezaba y acababa en mí. Hasta entonces, los problemas causados por mi "enfermedad" habían sido mínimos. Incluso los resultados satisfactorios de mis actividades reforzaban mi cuestionable modo de vida.

¿Cuándo empezó todo? Creo que es imposible saberlo. Puede que una mezcla entre la seguridad del hogar y una pequeña ventaja intelectual sobre, digamos, "el resto" hayan establecido los cimientos para desarrollar mi "problema". El poder llevar una vida normal lo ha desarrollado hasta estas condiciones extremas. Trabajos escolares, tareas del hogar, higiene personal, gestiones burocráticas... todo pospuesto hasta el último momento. Poco a poco, conforme los años han ido pasando, el cerco de lo que yo llamo "momento inevitable" se ha ido cerrando más y más. El "momento inevitable" es ese instante donde, si no haces de una vez lo que tienes que hacer, no lo haces. Por poner un ejemplo, si tenía un examen en dos semanas, me prometía a mí mismo que lo empezaría a estudiar semana y media antes y, después, iba encadenando varios "no, mejor mañana" hasta que el día anterior al examen llegaba. Antes, el "momento inevitable" llegaba a la tarde anterior al examen. Más tarde, a la noche anterior. En las últimas fases de mi "condición", el estudio para ese examen comenzaba apenas unas horas antes del mismo.

Y así con todo, a cada vez mayor escala. Pero claro, lo hiciera como hiciera siempre aprobaba ese examen, o conseguía renovarme el pasaporte justo antes de salir de viaje, o me daba esa ducha antes de empezar a oler demasiado mal. Pese a todos esos obstáculos autoimpuestos, conseguía salirme con la mía. El verdadero problema era vivir en ese estado de limbo, donde podías sentir cómo todas tus tareas y responsabilidades te pesaban como una losa, contaminaban todo el aire, la comida, la música, el pensamiento: "tengo que hacer esto", "tengo que hacer lo otro", "va, en un rato", "venga, ahora me pongo", "cinco minutos más"... día a día mis conexiones sinápticas pasaban por este mal trago, hasta el momento en el que por fin el "momento inevitable" llegaba, hacía lo que tenía que hacer y el subidón oleaba en mi sentimiento de manera cálida, como de agradecimiento.

Cuando empiezas a vivir solo, tienes que hacer una cantidad ridícula de pequeñas gestiones que implican un entramado burocrático muy duro de superar para un enfermo como yo (huelga decir que, cuanto más aburrida e insípida sea la tarea a realizar, más tarde llega ese "momento inevitable"), y no hablo solo de escrituras, facturas y demás papeles; sino de cosas como hacer la compra, fregar o cocinar para mí. Se le añade un factor totalmente desestabilizador para una mente procrastinadora como la mía: hay que madrugar. Introduzco en mi relato uno de los archienemigos más poderosos con los que se ha encontrado la buena voluntad que en realidad guardo dentro: el snoozer. Para cualquiera a quien se le escape el término, es aquella herramienta del despertador (que llevan, por ejemplo, los móviles) que te permite aplazar la alarma durante un tiempo determinado como, digamos, cinco minutos. La alarma suena, tú le das al snoozer, y te deja dormir otros cinco minutos, y otros cinco, y otros cinco... creo que mi récord personal con el snoozer es de nueve horas durmiendo en lapsos de cinco minutos.

Puedo asegurar que todas las horas que he pasado haciendo snoozing, fragmentando horas y horas de sueño en pedacitos de cinco minutos, han malformado mi cerebro hasta límites duros de confesar. Si bien también me han dado períodos oníricos con episodios de lucidez visionaria y vastas alucinaciones y parasomnias fantásticas; me han convertido en un auténtico drogadicto. Lo único que separa moralmente el chute de heroína con el "cinco minutos más, por favor", es la aceptación social.

Aún con todo, uno es consciente de esto. Conoce sus debilidades. Las primeras semanas de mi independencia no hubo un solo día en el que me levantara antes de las dos de la tarde... poniéndome el despertador a las diez o las once de la mañana. Y de nuevo os presento otro concepto: mi yo nocturno y mi yo matinal. Mientras el primero está dispuesto a madrugar al día siguiente y hacer todo lo que hay que hacer, el segundo sólo quiere dormir, dormir y soñar; estar agustito en la cama y que la vida pase. La batalla entre mis dos yos acabó por separarlos tanto que, ahora mismo, puedo considerarme con doble personalidad.

Traté de ponerme el móvil (que siempre he usado como despertador) todo lo lejos posible, para obligar a mi yo matinal a levantarse de la cama y, así, que pudiera deshacerse del hechizo. Pero él usaría el snoozer y volvería a la cama, móvil en mano, pensando en levantarse dentro de cinco minutos. Traté de acostarme pronto para que mi otro yo disfrutara de todas las horas de sueño que quisiera, pero aún así seguía durmiendo hasta tarde. Yo le daba todo, intentaba acercarle todas las soluciones... pero su egoísmo era extremo, y conocía de sobra su poder. Incluso he intentado aceptar esta naturaleza nuestra, armar nuestra vida en torno a ella, pero no es nada práctico, es inviable a largo plazo. Mi procrastinación comenzó a afectar a mis relaciones personales, a mis relaciones familiares, a mi trabajo y mi economía, e incluso a mis aficiones: "mañana quedaré con esa chica" o "mejor empiezo a leer este libro esta noche" o "no pasa nada si hoy no voy a trabajar". Todo ello orquestado por mi otro yo, por supuesto, que tenía influencia en todas las facetas de mi vida.

El paso definitivo fue cuando, desesperado por no encontrar una salida a mi "problema", le escribí a mi yo matinal una larga nota. Le pedi por favor, le hablé de las consecuencias de esta actitud, le abrí mi corazón esperando una respuesta. A la mañana siguiente leí la nota, me reí de mí mismo y seguí durmiendo. No había nada que mi yo nocturno pudiera hacer. Él sabe lo que nos gusta, quedarnos en la cama y que le den por culo a todo. La cuestión es hacer las cosas cuando no quede otro remedio, poder disfrutar del ahora y hacer que el ahora dure todo lo que pueda durar. Es difícil aceptar las responsabilidades y ocuparse de las cosas, demasiado difícil. Pero vamos, que él me escribió esa nota y a partir de ahí nuestra personalidad quedó desdoblada. La división entre mañana y noche se volvió todavía más difusa. Ahora estamos todo el rato aquí, cada uno tirando para su lado. Pero yo soy más fuerte, porque mi lado es el fácil, el lado de no hacer nada, y él tiene que trabajar y sabe que en el fondo es débil. Miramos Internet largo tiempo, y en esta cabeza existe una presión importante: "debes terminar tu presentación para mañana", "tienes que ir a comprar leche", "hoy es el cumpleaños de papá". Pero mientras todo esto ocurre aquí lo que estamos haciendo es mirar Internet. Metidos en Facebook o en cualquier foro que no tiene nada de interesante, sólo un puñado de letras que no nos afectan. Pero aún así, sabemos que cuando tengamos que llevar a cabo la presentación de mañana, lo haremos. Todos nos aplaudirán, a todos les encanta nuestro trabajo. Lo haremos en ese "momento inevitable". Lo haremos. Siempre lo hacemos.

1 comentario:

  1. De una u otra manera sufres el mismo problema que yo. El peso de las responsabilidades cada vez adquiere mas poder. ¿Me pregunto si has logrado lidiar con esa postergacion diaria de nunca acabar? Que tal te va con tu enfermedad viejo? Disculpa que te pregunte, pero no he encontrado a alguien cercano con el mismo problema.

    ResponderEliminar