miércoles, 16 de mayo de 2012

Cuentos del mañaneo


Sentado en este sillón o, debería decir, engullido por este sillón (convencido de que eventualmente acabaré dentro de la gomaespuma y los muelles). Hay un montón de gente pesada a mi alrededor, que no dejan de hablar y de decir tonterías (o de no-decir tonterías, no sé si se me entiende). A ver, que yo soy muy tolerante y tal, eso sí con las personas y no con la gente, ama al pecador y odia al pecado y todo eso, pero es que lo único que me une con estos es un sentimiento generalizado de “a casa no” que parece justificar toda conducta impropia de la civilización en la que coexistimos (se ha perdido el concepto piscolabis). No es que yo sea muy exigente a estas horas (ya he aceptado la presencia de luz solar hace buen rato), pero es que hay demasiados cuadros por camisa aquí, mucha risa tonta, poco respeto así en general. Y es triste no poder compartir bien un mañaneo, que es como separarse del tiempo y dejar de estar en el tiempo, has atravesado la línea que separa al sapiens sapiens del verdadero humano, el superhombre y todo eso. Un alguien sin miedo a las etiquetas del mañana, quiero decir, para el que el almuerzo y el desayuno pueden ser la misma cosa o ni existir. No hace falta que las palabras sean tan rígidas siempre y tal, vamos, que no nos domina nadie después de tantas horas de fiesta, y el sueño simplemente se ha despriorizado de manera evolutiva normal. Aquí no hay politiqueo, no hay bienquedar, no hay horarios para pasear al perro o platos que lavar. No importa eso, importa pasárselo bien aunque tampoco es pasárselo bien, es estar en un estado de latencia raro, bienmal, pero estar por una vez suspendido en el tejido, sin aferrarte a una madre o a un Dios o a unas responsabilidades que te marquen un camino. No hay camino, a casa no.

Pero esta gente no entiende de la misma manera que yo. No los culpo, bueno sí los culpo, pero desde una perspectiva subjetiva, quiero decir que quién soy yo para juzgarlos, ¿no? Al fin y al cabo son mis amigos y todo eso. Me cago en la puta, si soy yo el que está en este sillón y lleva ya a saber cuanto rato en este mundo sin horas sin decir una sola palabra hacia fuera. Palabras hacia fuera, pero que tampoco sean solo hacia fuera, que vayan para dentro de algo porque aquí es que todos hablan pero todo lo que dicen flota y los muebles no tienen orejas. Vamos que no es eso lo que quiero decir, que nadie se entera de nada, los ves y no se enteran los unos de los otros. Joder, si es que soy yo el que se entera de ellos, estoy aquí de espectador. Estoy como viendo un reality y comentando conmigo mismo la jugada: qué tontos son todos, tontos tontos tontostodos pero aquí estoy viéndolo como un tonto yo también. Buscar amigos inteligentes. Construir robots inteligentes. Volverme tonto. Cambiar mi perspectiva sobre la inteligencia. Inteligencia emocional mejor, lo otro es otra cosa que me interesa menos. Pero también me interesa, o yo que sé. Qué mierda todo, voy a levantarme a poner música, eso lo arregla todo. Y luego a dormir. Eso, poner música y a dormir. Acabar con este brote de odio de Kalashnikov. La putada es que con tantas horas de fiesta encima no soñaré nada, todo será negro durante mucho rato. El aquí y el ahora es una cápsula aislada del pasado y el futuro. El presente es lo único que existe. Al menos hemos alcanzado eso. Para algo servirá, digo yo.

jueves, 26 de abril de 2012

Dinero.

Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero Dinero.

miércoles, 4 de abril de 2012

No es Rajoy.

Quiero que los políticos que gobiernen mi país hayan disfrutado de un buen asado con patatas.
Quiero que quien gobierne mi país haya pasado horas en la cama mirando al techo,
pensando sólo en excusas para no levantarse.
Quiero que quien me gobierne haya rescatado a un cachorro herido en la calle,
lo haya curado en su casa y le haya encontrado un hogar.
Quiero que quien me gobierne haya visto amanecer en veinte países distintos,
que haya cogido el metro sin pagar,
que haya despertado en un lugar desconocido odiándose por lo que hizo anoche.
Quiero que el presidente de mi país sepa lo que es cazar un animal salvaje,
quiero que haya sido el hazmerreír en una rave,
quiero que haya hundido los dedos en el coño de una prostituta
en un baño de un bar de carretera sucio
donde el tubo fluorescente desvela a cada parpadeo una nueva imperfección en el rostro de la mujer.
Espero que le haya dejado una buena propina por un buen servicio.

Quiero que los políticos encargados de decidir sobre mi vida hablen ocho idiomas,
hayan compuesto una canción, pintado un cuadro y escrito una novela.
Quiero que quien me gobierne tenga fantasías sexuales por cumplir,
y piense en ellas mientras está dándole vueltas a los presupuestos,
o a la contratación de nuevos ministros
o sea lo que sea lo que hace la clase política.
Me encantaría que se hubiera pegado con alguien sólo por el placer de hacerlo,
y se hubiera lamido las heridas luego,
como un perro,
disfrutando del sabor metálico de su sangre.
Exijo al menos que haya sido vagabundo durante una temporada,
alcohólico durante otra,
que haya estado en la cárcel, que haya batido algún récord,
que se le haya muerto su mejor amigo, que aún tenga por vivir los mejores años de su vida.

Quiero que quien me gobierne tenga muy claro que querer y que te quieran es lo más importante.
Que haya visitado los confines de la psiconáutica y se haya visto a sí mismo desde fuera como un monstruo. Que haya estudiado tres carreras.
Que haya vomitado, sangrado y besado más que yo,
que folle mejor que yo,
que se ría más a menudo que yo.
Quiero que quien gobierne a mis amigos y a mi familia regrese a casa en busca de la sonrisa de sus hijos,
y que en el momento de recibirla se olvide de las decenas de millones de personas que dependen de sus decisiones.

Quiero que quien me gobierne sea humano,
quiero que haya vivido,
quiero que se gane mi respeto.
Es lo mínimo que se puede pedir.

miércoles, 28 de marzo de 2012

De vuelta de paseo


Me ha ocurrido algo extraordinario viniendo para casa, y aún estoy intentando buscar las palabras para describirlo bien y darle una coherencia, y que salga un poco de mí. Estaba en el coche, escuchando el Pet Sounds, y he visto a una familia cruzar el semáforo. Una negra vestida con una tela azul brillante y sus tres hijos, uno de ellos empujando el carrito del más pequeño. Entonces me ha venido el flash, un fogonazo precedido por el parpadeo inconsciente que me ha trasladado por un momento a otra realidad, que me ha sustituido las imágenes, los sonidos, los olores, las sensaciones táctiles… por números, o caracteres mejor dicho. Caracteres raros pero que podía entender, como un código cero o un reset de las percepciones. Como si fuera el mismo momento pero compuesto por las verdaderas partículas de la realidad, el código fuente… como si entendiera el lenguaje de Matrix (y me revienta usar este referente porque se queda tan pequeño…). Ha durado lo que han durado mis ojos abiertos hasta el siguiente parpadeo. Y después frenazo, pitido de los coches que iban detrás y vuelta a mi plano de existencia.

La experiencia me ha dejado un montón de descubrimientos en la punta de los dedos, pero nada que pueda agarrar y afrontar como verdadero. A pesar de sentir con toda convicción que donde he estado es en la verdad, como si se me permitiera ver y estar en las cosas como son, acceder a un lenguaje cero con un cuerpo que no necesita descifrar los estímulos porque se me ha eliminado el verbo parecer del organismo. Por única vez puedo usar el ser de manera integral. Los segundos en los que ha transcurrido esto eran una eternidad y a la vez un destello, y es a mi memoria a la que se le ha cargado todo el trabajo fuerte, el de ordenar y recodificar toda esa información infinita.

Por ejemplo, los códigos (o no-códigos)  dependían mucho de los colores y los sonidos. Ahora mismo si reconstruyo el momento en mi cabeza lo que veo son verdes, rojos, azules… en realidad estoy convencido que eran colores que no existen (quiero decir, en esta realidad nuestra), y los sonidos no entraban por el oído sino que estaban en todo, resonando en el resto de estímulos y desviándolos. Dándoles matices. La mujer negra y su familia eran una cosa desnuda, y parecía poder ignorar el vestido azul brillante y la piel y veía una corriente de fuerza, un núcleo frágil hacia dentro y muy fuerte hacia fuera. Veía cómo, desde esta realidad, lo que hacemos es apilar un montón de códigos, de lenguajes que recubren ese núcleo en varias capas: la familia, la raza, la forma de vestir, el hecho simplemente de ir hacia algún sitio en lugar de estar permanentemente en cada sitio… mi propio ojo entre lo que “veía” y ellos, y el cristal del coche, y las partículas de aire. También los conceptos de distancia, tamaño, proporción, la relatividad, la gravedad, el tiempo, la muerte… todos esos sistemas de símbolos que hemos creado para interpretar nuestro mundo, basados en nuestras características fisiológicas, se habían borrado y mi condición era la de un neandertal de la sinapsis, un niño con la experiencia vital de un adulto.

Me alegro que me haya sucedido con el Pet Sounds sonando, un códice del optimismo y la armonía. Probablemente el viaje se hubiera echado a perder con los 40 principales rebotando sus mentiras en ese contexto. Los Beach Boys me proporcionaban ese enlace entre “mi” realidad y “la” realidad, aunque por supuesto mi manera de percibirlos no tenía nada que ver con la habitual. Ha sido con la canción You still belive in me, condensando toda la ciencia del buen rollo, la tecnología de la verdad. Y he comprendido también que el arte es lo más cierto, la cima del hombre, la oportunidad de que el subconsciente tome las riendas de la vida por un momento, y se vuelque en la belleza, en lo puro, y que nos dejemos de gilipolleces.

Y el círculo ha quedado cerrado cuando he encendido el ordenador para contar esto, y Windows me ha remitido el mensaje “ES POSIBLE QUE SU SOFTWARE NO SEA ORIGINAL”. Es imposible trasladar el grado al que ha llegado el absurdo, ¿qué quiere decir eso? ¿qué significa en términos de verdad, de belleza, qué tiene que ver con mi mundología? Y con el choque de dos mundos tan opuestos me pregunto, ¿ha sido esto un síntoma de locura? ¿es así como sienten los locos? Podría haberlo tomado como una señal divina, pero la sensación se acerca más a haberme convertido yo mismo en un Dios por un momento, haberme revelado como un pequeño Dios (en ningún caso el único Dios); ¿existen cultos en torno a esto? ¿le ha pasado a alguien más? Seguro que sí. Quizá sea un paso adelante en la evolución humana, yo que sé. Sólo sé que viviré cada día con temor e ilusión de que me vuelva a pasar.

jueves, 9 de febrero de 2012

Benjamín

Había ciertos detalles en la casa que indicaban cierto nivel de enfermedad: las marcas de llave en la madera que rodea la cerradura de la puerta, los restos de pintalabios en la antena del teléfono, los pequeños fragmentos de cristal que se escondían debajo del sofá… Jorge no se dio cuenta de nada de esto cuando fue a dormir a casa de su amigo Dani.

Se habían conocido ese año. Dani era repetidor. Un chico enigmático, magnético, que manejaba un vocabulario muy pobre pero solía decir cosas honestas. Jorge y él habían conectado muy rápido; sus caminos de interés por las cosas nuevas se habían cruzado: descubrían a Radiohead y Pulp Fiction. Día a día trabajaban su desprecio por el resto de la clase.

Dani entró primero en la casa, y le hizo una señal a Jorge para que mantuviera silencio. Avanzaron poco a poco, descansando el peso de sus mochilas sobre la espalda. La casa era vieja, olía a vejez y a aburrimiento. El espejo del recibidor era un óvalo enmarcado en dorado. El pasillo era largo y, mientras avanzaban por él, un ruido que vino de detrás precipitó los últimos pasos. Llegaron al cuarto de Dani y echaron el cerrojo (con la madera de su alrededor astillada, señal de que había sido forzado y reinstalado varias veces). El dueño encendió la minicadena y pasó la primera canción. Escucharon Pyramid Song en silencio, uno tumbado en la cama y otro sentado en la silla, moviéndola de izquierda a derecha sobre su eje. Suavemente. Por primera vez en su vida conseguían omitir la información que les llegaba a través de sus ojos y sólo importaban los oídos y lo de dentro. Las paredes blancas eran un lienzo donde proyectaban sus emociones adolescentes, de un oscuro morboso, mientras resonaban en el otro.

Llamaron a la puerta, cortando un momento intensísimo, y Dani descorrió el cerrojo entendiendo que su madre jamás comprendería que los estaba insultando. Les ofreció algo de merendar, y lo denegaron automáticamente. El subconsciente de Jorge examinó a la madre, percibiendo absoluta normalidad, hasta que quedó aterrorizado por la larga mancha de carmín en los dientes, la sonrisa enferma. Pero Jorge no lo percibió de forma consciente, y quedó como una pequeña oleada de negatividad escondida en un sentimiento general poco positivo.

-    Te acuerdas de qué día es mañana, ¿verdad Daniel?

Se despidió así, antes de cerrar la puerta. Dani asintió con la cabeza y eso fue todo. La frase despedía un cariz entre la ilusión y la amenaza. Y pronto Jorge preguntó interesado:

-    ¿Qué pasa mañana?
-    Nada, es el cumpleaños de mi hermano.
-    No sabía que tenías un hermano.

Pasaron el resto de la tarde jugando a la consola, viendo vídeos de YouTube y escuchando más música. Hablaron poco, sólo frases sueltas que se derivaban de lo que estaban viendo, oyendo o jugando. La conversación de verdad empezó en la cama, en la oscuridad, arropados por las sábanas y mirando al techo.

-    Entonces… ¿nos morimos y ya está?
-    Sí, no hay nada.
-    Tiene sentido.

Tardaron un par de horas, pero se quedaron dormidos. Jorge tardó unos minutos más, después de comprobar que su compañero había caído y sintiéndose muy extraño y solo, en esa casa. ¿Qué hacía en esa casa? Podía haber ido sólo a pasar la tarde y ya está. Y además, estaba Laura. Empezó a entrar con fuerza en su cabeza. De lo único que no se había atrevido a hablar con Dani. Quedaba el consuelo de que al día siguiente, por la mañana, iría a recogerlo su padre. Salir de ahí.

Pero su padre llamó esa mañana y dijo que no podía ir, que le había surgido algo. Jorge odiaba cuando a su padre le surgía “algo”. Su padre le pidió que se quedara a comer, que llegaría después.

-    Era mi padre. Me ha dicho… que si me puedo quedar a comer con vosotros.
A Dani se le aceleró el pulso, se le dilataron las pupilas. Apretó los puños clavando las uñas en la carne.
-    No, no no. No puedes.
-    ¿No puedo, tío? Pero tu madre me dijo que…
-    No puedes, mi madre… da igual, que no, tío. Es el cumpleaños de mi hermano.
-    ¿Y qué? Como y me voy, es que de verdad, no puedo irme aún, tengo que esperar a mi padre…

La madre de Dani abrió la puerta: “¿cómo no te vas a quedar? No hay ningún problema, Jorge, como si estuvieras en tu casa”. ¿Los había estado escuchando? La mujer estaba excesivamente maquillada, gotas de rímel se solidificaban sobre sus pestañas, la pintura de uñas resplandecía fresca, y la inquietante mancha de carmín seguía ahí.

Hasta la hora de comer, la ansiedad de Dani fue haciéndose cada vez más visible. La amistad que se había estado forjando entre los dos chicos de repente había vuelto al punto cero. Cada vez que Jorge intentaba decirle algo a su amigo, este parecía estar a kilómetros de distancia. Cuando se sentaron a la mesa, era ya como si no se conocieran.

Primer plato, segundo plato… y Jorge continuaba preguntándose dónde estaba el hermano. La ausencia del padre era mucho más justificable: aunque Dani no le había dicho nada al respecto, podía estar de viaje, o muerto… pero que no estuviera el hermano, en su propio cumpleaños, era perturbador. La comida en sí no era nada especial en ningún sentido. Carente de personalidad, de identidad, de amor, de alegría de vivir. La madre apenas tocó su plato, pero miraba sonriente a los chicos esperando a que acabasen. En el instante en el que Jorge dio su último bocado, pegó un pequeño grito de alegría anunciando la tarta.

-    ¡Muy bien, chicos! Voy a por la tarta. Daniel, ve avisando a Benjamín, por favor.

La madre se levantó. Dani echó una mirada a Jorge que volvía a conectarlos, incluso iba mucho más allá. Los encerraba a los dos en una intimidad infinita, y los ojos de Dani expresaron vergüenza, demandaron compasión y pidieron cariño a gritos. Jorge intentó responder a todo como lo haría un amigo de verdad, intentando aprender a usar sus ojos como usaba su garganta. Todo ocurrió en un segundo. Dani se levantó y fue a por su hermano.

Jorge se quedó mirando a la pared, recorrió con la mirada las estanterías, las fotos enmarcadas, las figuritas, la televisión… mientras escuchaba los pasos de la madre, mientras escuchaba a Dani abrir una puerta y entrar en una habitación. La madre llegó y puso la tarta sobre la mesa, lanzo una mirada esperanzadora hacia la dirección de donde venía Dani. Con su hermano. Jorge miró automáticamente hacia esa dirección.

Dani no venía con nadie. Pero venía con algo en las manos. Algo que, paso a paso, se iba concretando. A dos pasos de Jorge este ya lo veía perfectamente: era un tarro de cristal, perfectamente cilíndrico y cerrado, de un palmo de alto y medio de ancho, que guardaba un feto inerte suspendido en el líquido que lo llenaba. El corazón de Jorge se hundió mientras veía a su amigo dejarlo sobre la mesa, con una lágrima luchando por no caerse del párpado. El terror por el carmín pasó a un plano consciente, mientras la madre lo exhibía abriendo la sonrisa y encendiendo las velas de la tarta. “Sopla, Benjamín”, y la madre se quedaba esperando con la mirada clavada en el aborto, como si ese trozo de carne fuese a reaccionar. Dani se cubrió la boca con la mano y sopló disimuladamente. Las velas se movieron. Volvió a soplar más fuerte y se apagaron. La madre aplaudió contenta. Las lágrimas de Dani rodaron sobre su mano, diciendo “nunca me han querido”. Jorge continuaba silente, interpretando esa realidad como si fuera un sueño. “Bueno, qué, ¿no le has comprado nada a tu hermano?” Dani sacó de su bolsillo un pequeño paquete rojo, con la mano temblorosa. Se lo dio a su madre y esta lo abrió con avidez. Su expresión se volvió seria y mortal, miró a su hijo con profunda decepción, alzando una pequeña pajarita roja entre sus dedos.

-    ¿Qué coño es esto?
-    Es… para Benjamín… - Dani hacía verdaderos esfuerzos para contener el nudo en su garganta – para que se lo ponga…
-    ¿Te crees que esto es una puta broma? – La madre se cargaba de violencia en las palabras, en la tensión de su piel - ¡Tu hermano tiene ya veintitrés años! ¿Qué coño va a hacer con una puta pajarita? Eres un hijo de puta. ¡Pídele perdón a tu hermano! ¡Eres un hijo de puta!
-    ¡Perdón! – Dani rompió a llorar.
-    No es a mí a quien le tienes que pedir perdón. Le has hecho daño a Benjamín. Pídele perdón a él – la madre acercó el tarro a Dani, el líquido de dentro se agitó violentamente – Estás ridiculizando a tu hermano.

Dani miró a Benjamín. Pasaron por su cabeza infinidad de pensamientos en un segundo, al tiempo que se serenaba y cortaba el grifo de sus lágrimas. Respiró muy fuerte, aspiró toda la dignidad perdida. Arrancó el tarro de las manos de su madre y lo arrojó al suelo con fuerza. El cristal se rompió en mil pedazos, el líquido se expandió en círculos concéntricos, adquiriendo la forma de las líneas del parquet. El feto rebotó para después dejarse llevar por la pequeña corriente. La madre se volvió histérica, comenzó a gritar mientras trataba de coger a su aborto del suelo y este se escurría una y otra vez de entre sus manos.

-    Lo siento, mamá – le decía Dani mientras volvía a sollozar -. Es un hijo que te ha salido mal, no pasa nada.  Déjalo, mamá, no pasa nada… - reculaba poco a poco, hacia la puerta de entrada, mientras la madre abría un armario lleno de botes de formaldehído y de tarros de cristal – Es un hijo que te nació muerto, yo estoy bien, yo estoy vivo. Lo siento, mamá…

Jorge reaccionó, por fin. Se levantó de un impulso, cogió a Dani del brazo y lo condujo a paso muy rápido hacia la puerta, hacia el ascensor, hacia la calle… Los gritos de la madre iban amortiguándose en la distancia, tras las paredes. Una vez en la calle, Jorge llamó a su padre. Habló con él moviéndose de un lado a otro, lleno de nervios. “Hijo, me pillas en una reunión. Te llamo en media hora, ¿vale?”. La calle era un pasillo infinito. El sol resplandecía naranja, llenándolo todo de vida. Los dos amigos pensaron en abrazarse pero no lo hicieron, y se quedaron ahí, mirándose de vez en cuando, hasta que Jorge volvió a pensar en Laura y propuso ir tomar una cocacola. Todo iba a salir bien.

martes, 3 de enero de 2012

Cool out, Bop in

Abrió el cajón agobiado, en busca de un cigarrillo. Por un momento temía perder el control, pero en cuanto su organismo absorbió la nicotina todo el universo se detuvo de nuevo. Thompson fumaba por el mismo motivo por el que hacía todo lo demás: porque era lo que tenía que hacer. Había terminado su trabajo como estaba previsto, y ahora esperaba en silencio en su oficina a que dieran las diez y media.

Jamás había tomado riesgos, nunca se había salido de lo establecido. Una vida que resumen los libros de texto más elementales: nacer, crecer, relacionarse, reproducirse y morir. De haber nacido como planta o como perro, su vida sólo habría variado en forma, y no en contenido. Dormir, comer, trabajar… llenaba su tiempo libre con largos silencios y manejaba las interacciones sociales justas para que su supervivencia pudiera desarrollarse con normalidad. Tenía todas las respuestas necesarias para que nadie se viera tentado a hacerle más preguntas de las necesarias.

Pero ese día era distinto. Si Thompson llevaba veintiséis años preocupándose de su supervivencia como individuo, ahora empezaba a preocuparse por la supervivencia de su especie. Era lo que tocaba. Lo sentía (dentro de lo que para él significaba “sentir”) escrito en su inercia, y debía elegir las condiciones propicias para hacerlo posible de la manera más aséptica posible. Limitaba la búsqueda al entorno de su oficina, donde más posibilidades había de que surgiera una relación. Dentro de las mujeres que trabajaban allí Margaret era, sin duda, la que ofrecía una mejor combinación genética: rubia, ojos azules, piel suave, alta, esbelta… garantizaba unos hijos guapos y sanos. Ya sólo faltaba concretar la ocasión perfecta para acercarse a ella. El momento en el que estuviera más vulnerable, para que Thompson no tuviera que esforzarse más allá del manual.

Nochevieja de 1956. Fiesta en la oficina. Un contexto cerrado, donde podría destacar fácilmente sobre los demás hombres, alcohol para facilitar el acceso, música suave… todo bajo control. Aunque desde aquel cigarro hasta el comienzo de la fiesta los minutos se le hicieron eternos, el momento llegó como estaba previsto. Thompson la miraba desde el otro lado de la sala, veía cómo el whisky iba minando su sensibilidad, cómo afloraban cada vez más las grandes sonrisas, con esos dientes perfectos que algún día pasarían a las bocas de sus hijos. Cuando la cuenta atrás llegara a su fin, cuando el clímax del nuevo año se impusiera en el ánimo general de los asistentes, Thompson acortaría rápidamente las distancias y se presentaría como el hombre apuesto, encantador y atento que había ensayado ser… pero nada ocurrió según lo planeado.
Cuando el reloj marcó las doce, y el cuerpo de Thompson viró hasta centrarse en la dirección de Margaret; un corcho impulsado por un estallido de champán a cuarenta kilómetros por hora rebotó en la frente del hombre apuesto, encantador y atento y lo hizo caer al suelo dejando un visible círculo rojo en el lugar del impacto.

Lo primero que vio Thompson, aún en el suelo, nada más recuperarse de la desorientación fue la cara redonda de una chica que sostenía una expresión preocupada: “¿Estás bien?” La asesina del corcho ayudó a levantarse a su víctima y, sin soltarle el brazo, rompió el silencio con una sonora carcajada. Toda la estancia empezó a reír, e incluso Thompson lo hizo (aunque por pura corrección social).

Sin saber muy bien cómo, cinco minutos después del incidente Thompson continuaba hablando con la chica. Era morena, bajita, tenía una constelación de espinillas en el lado izquierdo de la cara y unos pendientes que no se correspondían estéticamente con su vestido. Hablaba mucho, de cosas que a Thompson no interesaban en absoluto. La chica le insistió para que bebiera una copa de champán, que él acabó aceptando para ver si se apaciguaba el intenso dolor de cabeza. Cogió la copa en su mano y le dio un trago. Había bebido antes (no hasta emborracharse, sólo para mantener su imagen), pero por primera vez le apetecía de verdad. Se acordó de inmediato de Margaret y fue a buscarla con los ojos. Pero cuando la encontró se llevó una decepción inesperada: vio su exceso de maquillaje, las sombras que hacía su flequillo en la frente, y fue bajando y vio sus codos resecos, sus rodillas metidas para dentro, sus exagerados tacones… De repente la vio sonreír ampliamente, y Thompson dio un respingo al contemplar la exageración de su mandíbula, que le obligó a volver a la conversación con la nueva chica. Por primera vez la encontró sumamente agradable y esto, al mismo tiempo, le hundió en un pozo de inseguridad. Se dio cuenta de que no tenía códigos, de que no sabía qué hacer y qué no hacer con una mujer que escapara a los estándares, y se puso pálido mientras su dolor de cabeza ganaba intensidad.

“No estoy bien, me duele la cabeza”, acertó a decir. “No te preocupes, toma esto”, la chica rebuscó en su bolso y sacó un pequeño joyero del que extrajo dos pastillas. Se tragó una con un trago de champán y le dio la otra a Thompson. “Trágatelo, ¿cómo te llamas?”. “Thompson… ¿qué es?”, dijo él tragándose la pastilla. “Es bencedrina, te sentará bien. Bueno, te estoy mintiendo. Sólo te sentará bien si vienes conmigo”. “Vale, pero, ¿tú cómo te llamas?”. “Dímelo tú, ¿cómo me llamo?”. Thompson pensó un momento o, mejor dicho, no pensó. No pensó por una vez en su vida y dijo: “Anita, te llamas Anita”. Anita sonrió, le cogió de la mano y lo arrastró hasta la salida.

Fue en la calle cuando Thompson se dio cuenta por primera vez de lo que acababa de suceder. Había recibido un buen golpe, se había tomado una pastilla sin siquiera conocer sus efectos, y estaba siendo arrastrado calle abajo por una desconocida a la que acababa de poner nombre. Tras unos minutos caminando y a ratos corriendo, llegaron a un callejón donde un montón de gente repartida en varios grupos hablaba muy alto, bebía y reía. Thompson, conducido por Anita, atravesó una puerta de azul aterciopelado que conducía a una pequeña sala oscura abarrotada de humo y plagada de mesas. Todas dispuestas en torno a un escenario con un piano, una batería y un contrabajo apoyado torpemente en una silla. Anita seleccionó una de las mesas disponibles y los dos se sentaron.

Thompson se alegró infinitamente de estar sentado, porque algo le había estado ocurriendo en el último tramo del camino. Algo raro pasaba dentro de él, como si toda la vida hubiese llevado un peso sobre los ojos que ahora no estaba. No terminaba de ser del todo agradable. Intentó tranquilizarse mirando a Anita, que tenía los ojos clavados en el escenario vacío. Sin encontrar calma en ella, echó mano al bolsillo interior de su chaqueta en busca de un cigarrillo, y sacó el paquete con cuidado. Lo hizo todo realmente despacio, notando con las yemas de los dedos cómo los cigarros estaban amontonados uno al lado del otro, notando el minúsculo espacio que los separaba. Extrajo uno, seleccionándolo específicamente, y se lo llevó a la boca. “Lucky Strike” dijo para sí, dejando que su voz se le rompiera un poco en la garganta, y se lo encendió. De pronto vio a todo el mundo a su alrededor manejando sus cigarrillos de una manera personal, entendió perfectamente cómo cada uno de los asistentes mantenía una relación especial con su hábito, cada uno lo llevaba a su boca mediante una combinación concreta de sus falanges, cada uno aspiraba con una cadencia distinta, y escupía el humo hacia una dirección o moldeando sus labios de una forma precisa. Automáticamente le ofreció un cigarrillo a Anita, y se deleitó viendo cómo se lo fumaba, cuál era su forma de hacerlo. Después miró su cigarro y a su mano sujetándolo, y se encontró perdido y sin identidad, sin saber cómo manejarlo. Copió los movimientos de Anita con la mayor precisión posible. Fumó como ella.

De pronto, al escenario salió un chico muy joven, negro, sujetando una trompeta entre las manos. Todo el mundo calló y pidió silencio, y el trompetista empezó a tocar. Emitió una nota suave, muy muy suave y muy larga, y después lanzó otras doscientas seguidas, que viajaban de un lado a otro, sin posarse en ninguna melodía, totalmente desconectadas entre sí en intensidad, tono y duración. Thompson empezó a notar cómo su corazón iba a mil por hora. Se notaba separado unos centímetros de su cuerpo, algo más arriba de lo normal. No entendía nada de lo que ese chico negro estaba haciendo, no encontraba ningún clavo al que aferrarse. Se empezaba a sentir muy perdido y muy solo mientras veía al resto del público disfrutando del espectáculo. Miró a Anita con ojos de desasosiego, y la cogió de la mano suplicándole ayuda casi sin darse cuenta. Ella lo miró muy serenamente, como si fuera dueña absoluta de la situación, se acercó a él y le besó. Era la primera vez que Thompson besaba de verdad a una chica, y en el primer segundo del beso aprendió todo lo que hay que saber para besar de verdad. Lo aprendió todo de muchas cosas, de hecho. O más bien, aprendió muchas cosas de todo. Después del beso se calmó, disfrutó de las nuevas sensaciones y, aunque seguía sin gustarle la música a pesar de que ya había entrado el resto de la formación, disfrutó viendo cómo Anita la disfrutaba.

Llegaron al piso de Thompson, con un par de bencedrinas más encima, y trataron de hacer el amor. Pero a él le fue imposible concentrarse y conseguir una erección. Así que durmieron abrazados, mientras Anita le contaba las bondades del hard-bop y él fingía escuchar.

A la mañana siguiente, Thompson le hizo el desayuno a Anita y le pidió muy seriamente que se casara con él y que tuvieran hijos. Ella se rió, le besó e hizo el amor con él. Después, se fue dejando caer un puñado de excusas. Thompson nunca volvió a verla, pero pasó años buscándola. La buscó en las calles, en los clubs de jazz, en las cafeterías, en las tiendas… Y en ese tiempo que la estuvo buscando conoció a un montón de gente, les puso nombre a un montón de chicas, y entendió por fin lo que quería decir la trompeta.

lunes, 2 de enero de 2012

2011: Resaca de campeonato

No encuentro nada que consiga saciar mínimamente mi consumo de música. Descargo y descargo, y de vez en cuando compro. Desde hace un tiempo no consigo encontrar discos que consigan abducirme hasta radicalismos adolescentes donde podía devorar ansiosa y repetidas veces la discografía entera de Radiohead, desvariar mi imaginación con las escuchas del Scremadelica o quedarme un buen rato tirado en la alfombra mientras Morente cantaba una vidalita. ¿Qué coño esta pasando? ¿Soy yo o es que la crisis esta actuando a todos los niveles?

2011. Un años más. Busco y encuentro un montón de cosas que escuchar. Multitud de grupos golpean las ventanas de mi ordenador -exceso de información- pidiendo por favor una sola escucha. Colapsado, elijo instintivamente según las criticas, el color de la portada, el nombre del grupo o alguna canción de nombre provocativo. Me topo con gran cantidad de mierda que me gustaría poder ahorrarme, pero también salen a flote sobre ella multitud de nombres desconocidos (para mí) que sorprenden y hacen que un año más merezca la pena el esfuerzo constante de búsqueda. Pero nada consigue hacerme enloquecer hasta puntos de dependencia física-moral diaria.

Crisis mundial, bancos, mercados y las discográficas han otorgado el poder de masas a privilegiados de la talla de Lady Gaga o los recientes estrellados Coldplay. Nos inundan de festivales veraniegos donde el protagonista es el adolescente-borracho-güiri y la música es utilizada como mero macro-negocio. Mientras tanto, existe un subsuelo que proporciona una alternativa donde cada vez se cultivan menos los géneros y modas, imponiéndose el creacionismo totalmente personal. Internet, la autoproducción, autoedición (auto +…..)…etc., a incentivado la aparición del artista que es capad de crear un mundo musical propio, refugiado en su cuarto en busca del sonido y la letra, dejando de lado los grandes estudios de grabación donde se concebían las grandes superproducciones de antaño. 2011 deja una resaca heterogénea donde el Indie va quedando poco a poco anclado en el pasado y nos introducimos en modernas producciones derivadas de Animall Collective y cruda realidad de singer-songwriters.

* Click con botón derecho sobre la foto - abrir ventanta = video de youtube.


Connan Mockasin - Forever Dolphin Love



Zomby - Dedication



Bigott - The Orinal Soundtrack



John Maus - We Must Become The Pitiless Censors Of Ourselves



Seun Kuti & Egypt 80 - From Africa with Fury Rise



Anoushka Shankar - Traveller



Panda Bear - Tomboy



Bon Iver - Bon Iver, Bon Iver



PJ Harvey - Let England Shake


Wilco - The Whole Love



El Columpio Asesino - Diamantes


Capsula - In The Land of Silver Souls



Gang Gang Dance - Eye Contact