lunes, 14 de noviembre de 2011

En un sueño me hice una foto con Herbie Hancock que tenía las manos de mi abuelo

En ese bar que parecía el infierno, a Kris le robaron la chaqueta. Cabaret, lencería y luces rojas. Garganta Profunda proyectada en la pared. Cubata a 5€, Peep Show gratuito a las cuatro de la mañana. Una mujer de mediana edad, bajita, con el pelo corto y gafas de pasta me pregunta si soy Ricardo. Mantrería y sonidos ibéricos una vez llegado a casa, en los cascos, esperando un poco, bebiendo agua para amortiguar la resaca venidera.
En Zaragoza lo tenía, había alcanzado un grado de sostenibilidad con el que estaba en armonía: salir cuando hubiera algo bueno, emborracharse una vez cada mes o mes y medio; ahorrar en salud y en dinero. Lisboa me arrastra otra vez, me obliga a mantener el ritmo, me exige neuronas y dilatar las capacidades sociales al máximo. En una fiesta de terraza, edificio lleno de estudiantes, la música está a los suficientes decibelios para empezar a considerarla una fiesta. La fuente es un portátil con el YouTube puesto. Un trago más y me animo a pinchar alguna canción.  Disko Partizani cae bien, incluso algún extranjero se la medio sabe… y ya me creo DJ. No espero más a que se caliente la cosa y voy con el temazo del verano, inyectando un buen Barretto que tiñe las estancias de Cuba, y la gente se lo está gozando. Sentirme en parte responsable de ese gozo me devuelve a mi pecera, me confirma mi necesidad de compartir, de dar, de sacar cosas de mí para el resto. Me hace grande, me revienta de ganas de poner a la Merkel, a Sarkozy y a toda esta gente a ver un concierto de Primal Scream a ver si se dan cuenta de una vez de qué va la cosa. Me confirma mi vocación y, en los estados más altos de gracia, cuando las trompetas calientan y están a punto de quemar, cuando ya tengo preparado un buen Kuti para la siguiente; la música se para en seco. Y mi cabreo es una cerilla cuando me doy la vuelta y veo a dos agentes de policía en el marco de la puerta. Se acabó la fiesta. 

Antes de ir al infierno, había una pequeña galería. Se exhibían unas fotos no demasiado interesantes, más mérito de la cámara que del fotógrafo. El resto de la sala estaba separada por un mural de cajas de cartón, todas ellas de productos de limpieza y cosas así. El fotógrafo está ahí, hablando de su obra con cualquiera que le pregunte. Así que le pregunto… por las cajas de cartón. Le pregunto si quiere decir algo sobre el rol de la mujer en la sociedad. Me dice que sólo son cajas. Le pregunto si representa nuestra ansiedad por ver lo que hay detrás de las cosas, nuestra curiosidad por lo que se nos oculta. Me dice que detrás hay oficinas y que esta era la forma más barata de separarlas. Le pregunto si sabe dónde hay un Kebab cerca. Tiene los labios totalmente secos, pelados, blancos. Contrastan con el resto de su atuendo, elegante. Y con sus fotos de cerrojos, escaleras y espejos. Ya ha habido suficientes cerrojos, escaleras y espejos en la historia del arte. Las cajas, los kebabs y los labios blancos son infinitamente más interesantes. Esta mañana Kris me contaba, antes de la sesión de Paintball, que su clase de economía estaba llena de neoliberales. Puede que su Fuck you! I’m quoting Marx! sea lo que más gracia me ha hecho de él en estos dos meses.

Berreo Killing in the name of con unos portugueses que se acaban de cruzar en mi noche y que me vienen bien. Hacemos énfasis a plena garganta en el MADAFACKAAAAAAAA y me dicen algo pero no los entiendo y me voy a otra cosa. Hay una española por ahí, que estaba en la fiesta o en el infierno, pero que tiene rasgos asiáticos. Supongo que nacida en China y adoptada, pero está claro que es española. Me empeño en hablarle en inglés todo el rato, porque mi cerebro es tonto cuando está borracho. Esa noche sueño que recibo una ola gigante, de treinta metros, en un edificio acristalado en Budapest. Y la imagen es preciosa, conmigo protegido ante la devastadora fuerza del agua. Ayer tuve algo así como un “viaje astral” donde me vi a mi mismo fuera del cuerpo, para después girar repetidas veces sobre mi eje, tirado en el suelo, hasta que me elevé y atravesé decenas de tiendas de ropa y un almacén chino. Escuché “esto sucio pa la mamá” mientras me miraba a un espejo y no era yo. Hay ciertos bigotes curiosos aquí, y algunas trompetas y saxofones del infierno. Garganta Profunda es una naturaleza muerta. Desafía a los presentes a mirar. En ese bar pocos miran, todos bailan, mientras una felación de tres metros pende sobre sus cabezas. Yo miro, tratando de encajar todas esas piezas. La mujer le mete la lengua hasta el fondo al verdadero Ricardo. Me jode mi facilidad pop cuando vendería mi Erasmus para cantar flamenco. Para esta noche, recomiendo Cachaíto para hacer el amor.


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