sábado, 5 de noviembre de 2011

Nunca es igual

Llegaba a casa, cansado, tras un día de esos que calificaría como “duro”, aunque realmente se que la mayoría de la gente lo echaría al saco de “un día más”. Clase por la mañana, clase por la tarde y sumarle a ello un desplazamiento de cuarenta minutos para la ida y otros tantos para la vuelta. Pues eso! que llegaba a casa tras un día relativamente agotador. Entraba por la puerta echando a la familia –ya acomodada en el sofá a punto de cenar- un saludo escueto como mero trámite que me posibilitara dirigir mi persona directamente a mi cuarto sin tener que entablar ningún tipo de conversación sobre como ha ido el día, que he hecho…etc, para luego tener que escuchar la típica frase que repatea las pelotas tipo “como todos o ya será para menos”. Cumplido mi objetivo, me adentraba en el pasillo hasta llegar a mi cuarto, pero antes de entrar, pude ver algo en el cuarto de estar que me había echo captar mi atención a la vez que hacer surgir levemente una sonrisa en el rostro. La apatía se esfumaba y aparecía en mi cuerpo una sensación de recompensa por el día, como si hubiese echado un polvo rápido de final de tarde. En mi mente podía vislumbrar repetidas veces la palabra:

FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC!

Si mis ojos no me engañaban –tengo algo de ceguera a distancia-, lo que había encima de la mesa era una bolsa de la Fnac de un tamaño mas que considerable. Mi padre por fin había bajado a la Plaza España para hacer realidad, a través de cambio monetario, sus listas de discos en las que suelo apuntar de forma sutil algún que otro disco con el objetivo de que en el acto de compra, quede sucumbido por el nombre apuntado para que seguidamente acabe cediendo e introduciendo el disco en cuestión en la cestita de la compra. Este proceso –que a simple vista puede parecer fácil y simple- ha necesitado de la experiencia de los años y de ensayo-error hasta conseguir la confianza paterna necesaria –en lo musical- que le hace acceder a la compra de mis recomendaciones. Comienzo a encontrar cierta superioridad en conocimiento y gusto musical, pero sin menos preciar en ningún momento, ya que siempre seré deudor y admirador suyo por haberme echo escuchar y amar lo que otros no son capaces ni siquiera de apreciar su existencia, para ahora llevar mí propio camino –todavía mas importante-. Aunque suene algo arrogante, actualmente me atrevo a decir que he conseguido tener un conocimiento musical sobre mi figura paterna muy amplio, pudiendo saber en un 90% de las ocasiones el disco que le va a gustar o no. El 10% restante lo dejo para las irremediables sorpresas. Aunque como en alguna ocasión ocurre, el también me da grandes sorpresas que me hacen pupitaindaheart.


Por poner más o menos un tiempo aproximado en el inicio de la relación musical padre e hijo, podría decir que todo comenzó con mi adolescencia (14-15 años). Me compraron mi primer y actual ordenador, creando inmediatamente una carpeta “Mi música” que en los próximos años estaría llena de todos los grupos indies del momento que ejercían un discurso rock directo y adolescente (y muy bueno). Como buen pesado que soy, hablaba y hablaba a mi padre de todos estos grupos, hasta que finalmente –con una mirada de reojo- acabó comprando unos cuantos discos de estos. Se produjo un fracaso total que lo achaque a las diferencias generacionales, aunque curiosamente, posteriormente fui observador de que el fallo no recaía en estas diferencias, sino que la música escogida no era la adecuada a su persona-gusto. El primer síntoma que hizo rechazar la idea de un corte generacional, se produjo cuando llego a casa tras haber comprado unos cuantos discos, entre los cuales se incluía Hostal Pimodan de Lori Meyers. Sorprendentemente, en aquellas vacaciones de verano, fue este disco el que marcó el inicio de una simbiosis musical con trayectoria exponencial tendiente a infinito; además de convertirse en el primer concierto en compañía del amigo Fran.

Comenzaba bachillerato. Me introducía en dos años oscuros pero no negros, una nueva etapa adolescente de carácter negativo se ponía enfrente de mí. Ello deriva en escuchar nuevos géneros-estilos musicales: trip-hop, una y otra vez la discografía de Radiohead, algo de post-punk y mi tío me regalaba el Kind of Blue de Miles Davis. Con este momento de evolución musical-personal – y Morente-, es cuando se asienta de forma ya fluida y perenne, la conexión musical padre-hijo.

No me voy a enrollar más con chorradas mías de la relación interpersonal con mi padre –aunque lo dejo todo a medias tintas-, así que voy a optar por volver a los inicios del texto y a las sensaciones que me producía la bolsa Fnac de cuantioso tamaño. Dejaba tirados encima de la cama todas mis prendas de calle para ir directo y con ansia a sacar el contenido de la bolsa. A simple vista, podía intuir que más o menos podría haber entre 10-12 discos, a un tamaño medio de grosor de unos 3-4 cm. Introducía las manos, palpando el interior, haciéndose mis expectativas ciertas. En el otro extremo de la casa, escuchaba algún grito para que fuese a cenar, pero mentalmente abstraído en lo mío, sudaba olímpicamente de cuestiones alimenticias, conllevase lo que conllevase. Ahí estaban, diez discos colocados en columna encima de la mesa redonda de cristal. El primero lo conocía, se trataba del último de PJ Harvey, luego venía Scremadelica (por fin, ya era hora), el último de Wilco (portada y disco muy chulo), unos cuantos de relleno y una sorpresa para el final.

Un disco con una portada que parecía haber sido realizada por el editor de imagen oficial de Bollywood –yo pensaba que carajo había comprado este hombre-, pero pronto percibí la presencia de los nombres Pepe Habichuela y Javier Limón, además de que la portada anunciaba el apellido Shankar. Corroído por la curiosidad, me puse a escuchar Anoushka Shankar y su disco Traveller y a cotillear vía Internet sobre ese nombre de mujer totalmente desconocido para mí. Cuarenta minutos más tarde estaba diciendo: “Así da gusto marcharse a la cama”.


2 comentarios:

  1. Buen rato nos has hecho pasar en una habitación de hotel con Anoushka. Buen ejercicio de divulgación!

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  2. escalofrio de los buenos por mi cuerpo al oir el piano y al oir el sitar, repetidos y unidos.

    otro gracias a edu

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