miércoles, 12 de octubre de 2011

Panceta crujiente

“Espero que sea una de esas cagadas duras, largas y difíciles”, pienso mientras me siento en la taza del váter del aeropuerto de Lisboa. Hora de volver a casa… por un tiempo. La espera me desespera hasta estos límites, hasta desear que cagar se convierta en un microrreto que superar, que me entretenga por unos minutos. La espera… una de las peores cosas a las que seguimos teniendo que enfrentarnos. Los seres humanos hemos inventado todo, estamos inventando todo, pero las esperas siguen siendo grandes huecos que seguimos sin poder llenar con pastillas o con tecnología. Dormir es la mejor manera de esperar, pero no es algo que puedas autoadministrarte sin ciertos riesgos como perder un avión. Pienso que la única manera de no perder la cabeza cada vez que me toca viajar solo sería que pusieran un Fnac en cada aeropuerto. Por otro lado, los podcasts de RNE3 parecen funcionarme mejor que un Sudoku.

“Me gusta la calvicie, nos hace ver lo que somos: un trozo de cráneo”, pienso mirándole la coronilla al taxista mientras atraviesa Cais do Sodré. Cuando la carrera termina, nos encontramos con una cola infinita a las puertas del Lux, el club más “pichi” de todo Lisboa. El taxista la mira, y se echa a reír a carcajada limpia. Empiezo a reírme yo también, intentando igualar su exageración. Mis compañeros no se ríen. La chica alemana, de hecho, no comprende muy bien de qué nos reímos. El relieve de sus venas es diferente. Sus manos son horrorosas. 

Salimos del taxi / Hablamos con unos portugueses / Media hora de cola / No nos dejan entrar / Vamos al Op Art / TaxiTaxiTaxiTaxi

Igual que en Zaragoza, lo que mola es el “antes”, el camino. Unas cervezas tranquilos, unas risas, algo de conversación, algo de buena música que emana de los locales de Bairro Alto… después vamos a la discoteca, al ambiente plano, a la música cíclica, a las caras cíclicas, a los movimientos mecánicos, a la borrachera mecánica, al reloj que se vuelve extraño, las luces la barra el dinero que vuela y finalmente acepto que me aburro en el Op Art pero hay unas vistas tremendas al Tajo pero unos DJs que no me hacen disfrutar ojalá disfrutara yo la mitad que ellos.

¿Qué hay que hacer? Aceptando la condición humana-occidental-mediterránea voy a por una cerveza… y entonces ocurre: Crispy Bacon. Pinchan esa cúspide del Techno, un género cuyo histograma es una larga planicie repetitiva con ciertos picos donde los beats consiguen funcionar y escupir olas de gustera inalcanzables en otras ramas musicales. La calidad del temazo deja todavía más claro que el resto de la sesión estaba siendo una soberana basura y comienzo a gozármela, no bailando en la pista sino apoyado en la barra, vibrando y esperando a conseguir la cerveza. Cuando la consigo, invierto la mitad restante de la canción en mandarle un mensaje a mi amigo, el cual la vivió conmigo años atrás en uno de nuestros redespertares musicales, en unas Fiestas del Pilar. 



Edu estará ahora mismo en el FIZ, con un puñado de grupos medianos a los que seguro que le sabe sacar el máximo partido sensorial. Espero que mi SMS de cariño ayude a la causa. Laurent Garnier pinchaba Crispy Bacon en el extinto festival M2 en el año… ¿2007? Eso creo. Todo lo que antes parecía música machacona con cierta gracia de vez en cuando, dio un vuelco para nosotros. A nuestros diecisiete añitos Crispy Bacon nos llegó tan dentro, con tal intensidad, que nos abrió una vía nueva en el cerebro. Bailamos como locos, pero como locos de verdad, perdiendo toda la capacidad de vernos desde fuera y moviéndonos hacia dentro, hacia dentro, hacia dentro... ¿¡cómo puede ser tan bueno esto!? Y seguía, y seguía, y seguía… y era sencillo, y era directo, oscuro y honesto, era lo que eras tú en ese momento. SENTIR la música de esta manera conocida pero nueva, y juntos, es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida, uno de esos recuerdos imborrables que sabes que han contribuido a definir lo que eres. Definitivamente se nos salió de dentro una parte que teníamos oculta, y la seguimos cargando hoy cada vez más a la vista.

Así que termino por coger el avión que me llevará de vuelta a mi ciudad por unos días, a recoger algún otro momento no sé si inolvidable, pero por lo menos no olvidable por un tiempo, que valga la pena. Casi me da “cosa” irme de Lisboa, también la voy a echar de menos estos días. Y después me dará cosa volver, y así siempre, y eso (quiero creer) es lo bonito.

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