martes, 4 de octubre de 2011

Escrito de archivo #121844

Estaban proyectando una película en el Trip, una película de animación que yo no había visto antes y que me atrapaba en cierta manera. Dejé de escuchar a Verónica por unos segundos y sentí el impulso de cortar para siempre esa relación y dejarme hipnotizar. No sucedió nada de eso. Verónica reclamó mi atención tocándome en el hombro y volví a encuadrarla mientras le daba un trago al cubata, uno de esos tragos duros que aparecen al aproximarte al fondo del vaso. Verónica lleva un top blanco, pantalones largos de un color que no puedo determinar bajo estas luces, y unos pendientes carísimos que se dejan ver entre rizo y rizo. Mátame, Verónica, acaba con mi agonía, dame la gota que colme el vaso. La música comienza a parecerme repugnante. Y el ron. Y ella. Cuando la tensión llega a cotas insoportables, se disculpa para ir al baño. Mientras se va observo cómo su culo desaparece entre los cuerpos que bailan. Me quedo solo.

He venido aquí por una razón: en casa es peor. No hay nadie, me tengo que enfrentar a mí mismo. Es duro, porque mis amigos están de vacaciones y me dejan cara a cara con una relación rancia fundamentada en sexo rancio… o ya ni eso, peor, en películas rancias en tele de tubo mientras sus piernas pesan sobre las mías. Estoy cerca del punto de no retorno. O hago algo ahora, o no lo haré nunca, seré una de esas personas contra las que he luchado desde que tenía uso de razón. Seré como mis padres. E incluso ahora siento que debería hacer algo realmente radical si quiero tener una excusa para no odiarme, por imbécil. De momento me voy. Salgo a la calle entre empujones y salpicones de sudor ajeno. Me voy, que le den, que salga del baño y no me encuentre y se preocupe y me llame pero no se lo cogeré y mañana le explicaré que quiero hacer mi vida y ella llorará y yo lloraré pero en el fondo sabremos que era inevitable. 

Entro en el bar tras haber avanzado unos metros. El portero me mira y siento que ya no soy sólo yo el que se desprecia. Voy a recuperar la posición anterior cuando Verónica me coge del brazo y me pregunta que dónde estaba SUCIA PUTA DÉJAME VIVIR le digo que había salido a tomar el aire, que no me encuentro bien. Y estirando esa excusa consigo volver a casa y librarme de su casa y de su cama y de su sexo y cojo un taxi después de un beso rápido y sin amor. 

Tres minutos de trayecto y el taxista no ha intentado darme conversación. Así que la inicio yo. Es jodido, sé que si me hubiera empezado a hablar yo habría puesto los ojos en blanco y emitido un buen resoplido de hartazgo, pero qué va, no dice nada y yo necesito una voz ajena a mí que no me juzgue y sea cálida. Pero no hay manera. Le pregunto qué tal la noche y me dice “bien”, le pregunto si ha recogido a mucha gente y me dice “sí”, incluso le hablo del calor que hace y todo lo que consigo son evasivas, evasivas, evasivas. 7,80€ que saco de mi cartera como si estuviera extirpándome varios órganos y silencio.  Ni siquiera estoy borracho, soy un fraude. Llego a la entrada de mi edificio y me quedo parado unos segundos. Ni siquiera estoy borracho… lanzo una poderosa patada al cristal y veo cómo el tirador, integrado en la puerta, se separa de ella y vuela unos centímetros hasta estrellarse contra el suelo. La puerta llevaba unos días con una grieta que iba haciéndose más y más grande, así que ha cedido a la primera. La primera grieta también la hice yo. Me abro paso entre los trozos de vidrio y compruebo cómo, después del estruendo, el silencio es absoluto. Parece como si hubiera provocado más silencio, y el sonido de mis pisadas queda aislado, como grabado en estudio. 

Es una putada, esto. Estoy acostado en la cama, y ya no hay nada más. Apenas son las cuatro de la mañana de un sábado en pleno julio, y ya no hay nada más. Todo se reduce a esto: techo. Un día prometedor acaba reducido a un trozo de techo. Ya puedo tachar del calendario un día desaprovechado más. Me doy la vuelta sobre mí mismo y me dispongo a dormir, qué remedio. Me encuentro incómodo boca abajo, sin saber muy bien cómo colocarme. Tengo una erección difícil de encajar en una postura. Empiezo a pensar en Verónica, descubro que no tengo nada de sueño. Pienso en ella, en su top blanco, en su culo hacia el baño. Comienza a formarse en mí una idea, un deseo muy fuerte. Voy a ir a su casa. Ahora mismo voy a coger otro taxi y a ir a su casa. Voy a follármela. Me la follaré y luego me iré, nada de abrazos. Le volveré a decir que me encuentro mal, voy a ir a su casa y me la follaré y luego fingiré estar malo y me iré. Lo estoy viendo con tanta convicción en mi cabeza que creo que voy a levantarme de verdad. La erección ha pasado de ser una reacción neutral a convertirse en una excusa, en un motivo para que este día no muera inútil. Me levanto, y me visto rapidísimo. Llego a la puerta y la abro. Sonido de zapatillas de andar por casa y mi madre aparece de entre las sombras. Conecto los cables de mi cabeza lo más rápido que puedo para justificar una huida de casa a estas horas, unos minutos después de entrar, aunque mi madre ha abierto una vía de lucidez en mi nubarrón de planes y pensamientos. Estoy a punto de abandonar el plan, de irme a mi cuarto y dormir dormir dormir hasta levantarme al día siguiente a una hora tan intempestiva que justifique perder otro día más. Pero no, le digo que me he dejado el jersey en el pub, que con el calor no me lo he puesto ni un momento y se me ha olvidado por completo que lo llevaba conmigo. De regalo, le recrimino que me haya presionado para llevármelo “por si hacía frío”. 

Cuando el aire de la calle me da en la cara, la sensatez continúa cristalizando. No tiene ningún sentido ir a casa de Verónica ahora, despertarla y atravesar unos minutos de súplicas y excusas para llegar a la cama. En ese momento ya estaré más frío que un témpano de hielo y entrará en mí una sensación de arrepentimiento que me rebajará un poco más la autoestima. Incluso sopeso la idea de ir a un prostíbulo. No he hecho nunca nada parecido, pero es un negocio que puedo comprender en una situación como esta. De todos modos lo olvido pronto: es un lujo económico y moral que no me puedo permitir. De nuevo veo al fondo arrepentimiento. No hay ninguna situación en mi mano que no termine con esa conclusión. Y de paso, mi breve iluminación con lo de las putas me recuerda que ir a ver a Verónica supone un taxi de ida y un taxi de vuelta. Bueno, de vuelta podría volverme en búho, cuando ya no tenga prisa. Un taxi de ida… y mi erección no baja.

Decido adscribirme al plan previsto. Cojo el taxi y el hijo de puta no deja de hablar. Mundo injusto. Toda mi sangre está a años luz de esa parte de mi cerebro que me hace interactuar socialmente y seguir una conversación de interés nulo sin dejar de parecer agradable, simpático… un joven ejemplar alejado de lo que este señor ve todos los días en la tele o en su mismo taxi. Así que no fuerzo el diálogo y concentro mis energías en no perder la erección, pensando en Verónica, en lo que voy a hacer con ella… aunque rápidamente mi pensamiento se va a otras, a todas, a todas menos a ella. 

Por suerte, la cosa no va a menos y cada centímetro que avanzo hacia su puerta más excitado estoy, más primitivo, más animal. Llamo al timbre con una impaciencia tremenda, mientras me acaricio un poco por encima del pantalón. En una línea paralela, trato de encontrar la síntesis perfecta, la combinación de palabras que la harán comprender qué está pasando y qué es lo que quiero, que la harán perdonarme y desearme. Espero no tardar más de dos minutos. 

Pero todo eso se va muy lejos cuando abre la puerta, en un pijama salpicado de motivos de colores que termina por materializar mi energía sexual. Estoy más allá de las palabras. Ella va a decir algo pero le tapo la boca y la empujo hacia dentro. La conduzco rápidamente a través del piso hasta su cuarto, mientras ella no deja de moverse violentamente y trata de chillar. Yo la sujeto con fuerza, sin que se me escape, hasta que la lanzo sobre la cama y caigo sobre ella, inmovilizándola con mis piernas. Le beso el cuello, mientras continúo tapándole la boca con una mano y le sobo las tetas con la otra, ejerciendo la suficiente presión para que quede aprisionada entre mi mano y el colchón. Trato de arrancarle el puto pijama pero no se puede, así que se lo quito de un tirón en pocos segundos, sin que le de tiempo a reaccionar, a liberarse. Continúa moviéndose, continúa intentando zafarse… pero entonces hago algo maravilloso. Me detengo en seco, desprendo todas las sujeciones, dejo de ejercer presión. Y ella sigue moviéndose, pero no ocurre nada. No se va, no se aparta. No es que no pueda, es que no quiere. Lentamente, introduzco la mano bajo su pantalón, y siento su coño húmedo como hacía tiempo que no lo sentía. La beso en la boca, la muerdo con la intensidad justa, en la línea que separa el placer del dolor. Me mete la lengua y le meto los dedos anular y corazón mientras presiono su clítoris con mi pulgar. Es necesario para ella apartarse de mi boca para emitir un gemido de placer, lo cual aprovecho para escupir en su mejilla y extender la saliva con la lengua, no sé muy bien por qué. Y de repente su mano ha desabrochado mi bragueta y está agarrando mi erección, que por fin encuentra su significado. Me despego un momento de ella para sacarle los pantalones y yo me bajo los míos. Se la meto y está tan mojada que siento como si mi polla fuera infinitesimal, una pequeñez perdida en una marea que grita y que me empuja el culo atrayéndolo hacia ella, marcando la velocidad. Levanto su sujetador y dejo al descubierto sus tetas, las tetas de Verónica, a las que entrego mi boca. Concentrado en el polvo no soy capaz de hacer algo coherente con ella, y lanzo lametazos y mordiscos que Verónica aprueba apretándome la cabeza contra sus pechos. Y se corre. Se corre tan fuerte que lo noto como una corriente eléctrica que pasa a través de cada célula de su cuerpo, y pasa también por las mías. Grita desde lo más hondo y grito yo también, totalmente expuesto, totalmente honesto y de verdad y con la piel vuelta del revés. Y cuando por fin se relaja de su orgasmo, fuerzo yo el mío, sacando la polla y metiéndola rápidamente en su boca, en un gesto ágil. Me corro dentro, bloqueando cualquier otra opción con mis manos. Mientras descargo noto cómo se lo traga, cómo succiona, y el corazón me va a mil. Y después, como tras la puerta rota en pedazos, el silencio. 

Sin decir nada, nos abrazamos, la abrazo con fuerza y la beso con amor. No me puedo creer que se lo haya tragado. Nunca habíamos hecho algo así. Jamás me había atrevido a hacer algo así, jamás. Supongo que la gota ha colmado el vaso.

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