domingo, 9 de octubre de 2011

Escritura automática #1

En el centro, de noche. Llevo caminando sesenta horas. Perdona, ¿me das un cigarro? No fumo, quiero un cigarro. No fumo. Un cuarto de níquel rasco en las profundidades de mi bolsillo, es de noche. He tenido un extraño pensamiento antes, con esa gaviota, con cierto deseo sexual contenido, del tipo materialista. Poseer un cuerpo, no el de la gaviota, la gaviota era… una llave para otra cosa. Siete columnas sostienen los porches del paseo, los colores son amarillentos, cobrizos… Y un perro que ve en blanco y negro se acerca, jadeante: ¿tienes un cigarro? No creo que lleguemos a ser muy buenos amigos, pero caminamos juntos con esa actitud desafiante, el uno hacia el otro, con esa actitud jadeante. “Déjame escucharte” le pido en silencio, y cada pelo de su cuerpo parece emitir un sonido casi inaudible, derribado por el viento. Es de noche y he pasado el puente, sobre el canal. Las obras son feas, como maquillar a una mujer y dejarle el maquillaje puesto, maquillándose infinitamente, sin estar más guapa en ningún momento. Hay algo en las estrellas, además, algo que te recuerda lo pequeño que eres: si ves a esos inmensos astros así de minúsculos, ¿cómo te verías tú mirándote desde allá arriba? La única manera es ser una muralla china, una pirámide de Keops, una selva amazónica. Pero no lo eres, eres un pedacito de carne, de células pegadas unas a otras, y si pudieras mirar cada célula de tu cuerpo como miras esa estrella, ¿te sentirías así de pequeño? Te quiero, es distinto. A tu puñado de células pegadas unas a otras, a tu pelo de células y a tus manos de células, pegadas, que forman algo que acaba por alzarse por encima de la ciencia, como los humanos pintamos un cuadro que está por encima de nosotros. Hacer de cada célula poesía… mirar fijamente a un trozo de madera hasta que sea una pequeña parte de ti, aceptarlo como un igual… y a una molécula de agua, y a un plástico, y al filete que te estás comiendo y a un gran excremento. No somos mejores que un trozo de mierda, al menos no vistos desde esa gran estrella… pero sí mirándonos a los ojos, comprendiendo lo que hay en el otro, que atraviesa córnea iris pupila cristalino retina nervio óptico alma. Y de repente el perro se pone a ladrar, y ladro con él, a los coches, a la basura, a la gente, a los otros perros, a la luna y finalmente a él y él a mí, y acabamos riéndonos bueno él no y entonces riéndome recuerdo que él no sabe por qué me estoy riendo o qué es la risa o qué es el ser humano. Yo tampoco lo sé pero al fin y al cabo soy uno y tengo ese derecho a reírme. A reírme y resonar en las murallas y las pirámides y las selvas y las estrellas. Llevo sesenta horas y media caminando y parece que ya es hora de empezar a correr.

No hay comentarios:

Publicar un comentario