sábado, 10 de diciembre de 2011

Saraswati

Acorde de piano. Mismo acorde. Mismo acorde, un poco después. Otra vez. Silencio. Golpea la tecla, tres veces. Golpea de nuevo, otras tres. Busca otras tres teclas, esbozo de melodía. Silencio. De nuevo esas tres, más agudas. Se intercalan otras. Como estrellas en el cielo. El sonido de las notas se prolonga. La melodía empieza a decidirse. Acorde con la izquierda, notas sueltas con la derecha. Progresión de acordes convencional, pero hay algo más. Ella empieza a cantar en lo que parece francés. No está claro si es francés. El piano marca los silencios de ella. Las dos voces, la del piano y ella, se hacen fuertes juntas, después entra la trompeta. Muy suave, con un piano muy delicado. Se entrelazan. La trompeta se va un poco al jazz pero el piano la mantiene anclada en algo más clásico. La trompeta calla, ella la reemplaza. Su voz divaga, sorprende, el piano la sigue, intenta buscar su espejo. La fonética de eso que no era francés permite vocales largas y sonidos que chocan contra la pared. La trompeta acompaña al conjunto de nuevo, por primera vez los tres elementos coinciden mientras ella alza la voz, y cada vez más aguda y más larga pega un lengüetazo de melodía para luego bajar, bajar, estabilizarse. De nuevo todo se mece, la trompeta es muy viento, el piano aprovecha que puede marcar bien las notas y todo se pone oscuro, algo disonante. Y acaba dulce, muy dulce, el piano y la trompeta dulces.

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