martes, 29 de noviembre de 2011
Escritura automática #2
domingo, 27 de noviembre de 2011
martes, 22 de noviembre de 2011
Vuelta de Paseo
Como consecuencia de la lectura matutina de la última publicación en el blog de Fran, me dispuse a salir de casa camino a la universidad con la música de Portishead en mis oídos, más concretamente con la canción Silence –inicio del último disco Third-. No hacía muy buen día o por lo menos no de mi gusto. Últimamente con la llegada del invierno esta comenzando a reinar en mi un estado apático por todo y por todos que por más que quiero no consigo erradicar en su totalidad. No hay ganas de escribir, me da perece ponerme a buscar cosas nuevas para escuchar, me pongo a leer pero a los pocos minutos lo dejo excusándome en que no es el libro apropiado y toco poco la guitarra. Parece que de momento sólo encuentro solución en el cine ya que no requiere esfuerzo físico –únicamente mental- pero con un gusto más critico de lo habitual, además el surgir de una aparente subnormalidad de algunos de los personajes que me rodean, incentiva el echo de preferir quedarme en casa con una película –menos mal que siempre quedamos los 3 o 4 de siempre-.
Caminaba escuchando mi música, abstraído en mis pensares, apareciendo ese sentimiento distinto que se produce en concretos días y momentos al caminar en soledad. Surge una realidad paralela: la concepción del yo individualista frente al aparente sentimiento colectivo de nuestra sociedad. Todo en mí parece funcionar a una velocidad distinta a la del resto. Los semáforos se ponen en verde a mi paso, la chiflada del paraguas grita sin cesar mientras da de comer a las ranas en la orilla del río, el aumento considerable de vagabundos precipita de forma indeseada el tropiezo con uno de ellos, pido perdón y aumentan mis nervios debidos a la vergüenza, un semáforo se pone en rojo otorgándome un breve descanso necesario y tranquilizador. Comienza a sonar The Rip, parece estar todo sincronizado y eso me relaja. Espero a que la señal del semáforo me otorgue el derecho a cruzar, se pone verde pero espero hasta que comienza a sonar la batería en la canción, quiero que todo funcione de forma armonizada. Sigo caminando, espero no llegar nunca a la universidad y pienso en cambiar mi rumbo por estar toda la mañana paseando, saboreando este sentimiento distinto.
Considero fundamental estos momentos de delirios y gran ajetreo creativo configurados conforme al estado polar de mi personalidad. A veces de alegrías y afrobeat que me hacen surgir sonrisas complacientes a las señoras que pasean con sus maridos, miradas lascivas a las chicas adolescentes de mi edad y posturas faciales tiernas a los niños que corren cogidos de la mano de sus padres. En otras ocasiones –más predominante-, el individuo pesimista que vive en mi pie izquierdo asciende para teñir mi mente de oscuro casi negro y azul; produciendo en mi cerebro una gran lucidez de interconexión neuronal que provoca mis pensamientos más abstractos, coincidiendo normalmente con los más interesantes.
Cruzando el puente, observe a un hombre caminado de espaldas. Bajito, regordete, calvo y con una vestimenta poco llamativa, pero con ciertos aires de atracción. De forma curiosa, por el cuello de su camisa surgía una feroz mata de pelo que ascendía por toda su espalda hasta hacer contacto con su cabeza, donde se erradicaba dando lugar a una total calvicie, deforme y bello. Me hizo pensar en Terciopelo Azul (Blue Velvet, David Lynch, 1986) y en la natural e inevitable atracción que sentimos los humanos por aquellos mundos extraños, prohibidos. Esta película nos presenta un pueblo típico americano de clase media donde dos jóvenes se ven atrapados en la delirante relación entre un psicópata y una atormentada cantante de cabaret. Se adentran en un mundo desconocido, obsceno, desconcertante donde se retrata el trastorno mental, lo cruel y el horror pero con un inevitable atractivo que los absorbe hasta no poder escapar. Una atmosfera de pulso narrativo pausado donde se alternan bellas canciones pop con una inquietante banda sonora, que suministra o quita tensión en el momento adecuado –justo lo que esta haciendo Portishead conmigo en esta mañana de vuelta de paseo llegando a extremos que alcanzan el control de mis propios pensamientos-.
domingo, 20 de noviembre de 2011
Michelangelo Antonioni, Portishead y los fuegos artificiales
viernes, 18 de noviembre de 2011
Tenía tantas ganas de actualizar borracho...
algo distinto a todo lo que sabía.
No vino de unas canas y una corbata,
ni de la televisión ni de Internet.
Vino de una trompeta y de unas cicatrices,
de un sonido de viento y perdigón a las costillas.
De un sentimiento distinto en las mismas sonrisas,
en los amigos y el rimo latino que da color a los platos.
Me esforcé en olvidar lo que ya sabía para aislar lo nuevo y hacerlo mejor.
Las siete colinas, y un on the rocks con regusto a óxido.
Es un microsegundo donde coinciden los bongos y el viento y el codo en la posición correcta
y la rubia y la morena y el rayo de luz rosa y el destello de chaleco mojado aprendí algo:
que es inútil hacer planes.
martes, 15 de noviembre de 2011
Podía sentir como el frío helador entraba por la rendija inferior de la puerta de la habitación. Mi cuerpo, todavía colapsado por la botella de Ron Magua no respondía a ningún indicio por intentar evitar un posible resfriado, sólo era capaz de concentrarme en una única cosa. Fumaba mi cigarrillo mientras se empezaban a colar los primeros rayos de sol, produciéndome un desagradable aturdimiento. Mierda puta! No hay cortinas en esta cagada de Motel. Me levante rápidamente –debería haberlo pensado dos veces antes de ejecutar la maniobra tan rápidamente- cogí mi máquina de escribir y fui directo a encerrarme en el baño como medio de protección ante aquellos horribles rayos solares. Apoyé mi trasero sobre el retrete colocando la máquina de escribir sobre mis rodillas.
Me desperté. No conseguía enfocar correctamente pero el dolor de cuello y la incomodidad del respaldo me daban la idea de que no había dormido en la cama. Desperezaba mis músculos a través de estiramientos varios, al mismo tiempo que mi retina volvía a enfocar decentemente. Que sitio más horrible, todo estaba cubierto por esa decoración típica de apartamento playero de alquiler en los que siempre suele haber una barata reproducción de Los Girasoles de van Gogh. ¡Buff…que pereza todo! ¡Me quedaría aquí sentado todo el día! Algo se me clavaba en el costado, un inesperado bote de Ketchup marca Heinz que opte por arrojar a la bañera. En ese momento me percate de que la máquina de escribir estaba tirada en medio de la bañera y junto a ella un papel con algo escrito. Pero antes de leer cualquier cosa, tenía la necesidad de una paja mañanera. Me aburría, siempre la misma mano, tan monótona y conocida, además tirar de imaginación y recuerdos se me antojaba totalmente agotador con semejante dolor de cabeza. Cogí el bote de Ketchup para escupir sus últimas gotas sobre mi mano derecha. Una primera sensación de extrema rareza junto a un toque gustoso de frescor estaban haciendo de esta paja algo inolvidable.
Limpiaba mi mano introduciéndola bajo el grifo a la vez que alargaba mi otro brazo para coger el papel depositado junto a la máquina de escribir. Algo mojado, me seco las manos con lo único que llevo puesto, mis húmedos calzoncillos. Pienso en la posibilidad de coger algún tipo de putada venérea debido al Ketchup, pero no, seamos optimistas, así que comienzo por fin comienzo a leer.
lunes, 14 de noviembre de 2011
En un sueño me hice una foto con Herbie Hancock que tenía las manos de mi abuelo
viernes, 11 de noviembre de 2011
11-11-11 (reflexión tonta del viernes)
jueves, 10 de noviembre de 2011
"Está en nuestra naturaleza"
Fue tan… cruel.
Martes
sábado, 5 de noviembre de 2011
Nunca es igual
Llegaba a casa, cansado, tras un día de esos que calificaría como “duro”, aunque realmente se que la mayoría de la gente lo echaría al saco de “un día más”. Clase por la mañana, clase por la tarde y sumarle a ello un desplazamiento de cuarenta minutos para la ida y otros tantos para la vuelta. Pues eso! que llegaba a casa tras un día relativamente agotador. Entraba por la puerta echando a la familia –ya acomodada en el sofá a punto de cenar- un saludo escueto como mero trámite que me posibilitara dirigir mi persona directamente a mi cuarto sin tener que entablar ningún tipo de conversación sobre como ha ido el día, que he hecho…etc, para luego tener que escuchar la típica frase que repatea las pelotas tipo “como todos o ya será para menos”. Cumplido mi objetivo, me adentraba en el pasillo hasta llegar a mi cuarto, pero antes de entrar, pude ver algo en el cuarto de estar que me había echo captar mi atención a la vez que hacer surgir levemente una sonrisa en el rostro. La apatía se esfumaba y aparecía en mi cuerpo una sensación de recompensa por el día, como si hubiese echado un polvo rápido de final de tarde. En mi mente podía vislumbrar repetidas veces la palabra:
FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC! FNAC!
Si mis ojos no me engañaban –tengo algo de ceguera a distancia-, lo que había encima de la mesa era una bolsa de la Fnac de un tamaño mas que considerable. Mi padre por fin había bajado a la Plaza España para hacer realidad, a través de cambio monetario, sus listas de discos en las que suelo apuntar de forma sutil algún que otro disco con el objetivo de que en el acto de compra, quede sucumbido por el nombre apuntado para que seguidamente acabe cediendo e introduciendo el disco en cuestión en la cestita de la compra. Este proceso –que a simple vista puede parecer fácil y simple- ha necesitado de la experiencia de los años y de ensayo-error hasta conseguir la confianza paterna necesaria –en lo musical- que le hace acceder a la compra de mis recomendaciones. Comienzo a encontrar cierta superioridad en conocimiento y gusto musical, pero sin menos preciar en ningún momento, ya que siempre seré deudor y admirador suyo por haberme echo escuchar y amar lo que otros no son capaces ni siquiera de apreciar su existencia, para ahora llevar mí propio camino –todavía mas importante-. Aunque suene algo arrogante, actualmente me atrevo a decir que he conseguido tener un conocimiento musical sobre mi figura paterna muy amplio, pudiendo saber en un 90% de las ocasiones el disco que le va a gustar o no. El 10% restante lo dejo para las irremediables sorpresas. Aunque como en alguna ocasión ocurre, el también me da grandes sorpresas que me hacen pupitaindaheart.
Por poner más o menos un tiempo aproximado en el inicio de la relación musical padre e hijo, podría decir que todo comenzó con mi adolescencia (14-15 años). Me compraron mi primer y actual ordenador, creando inmediatamente una carpeta “Mi música” que en los próximos años estaría llena de todos los grupos indies del momento que ejercían un discurso rock directo y adolescente (y muy bueno). Como buen pesado que soy, hablaba y hablaba a mi padre de todos estos grupos, hasta que finalmente –con una mirada de reojo- acabó comprando unos cuantos discos de estos. Se produjo un fracaso total que lo achaque a las diferencias generacionales, aunque curiosamente, posteriormente fui observador de que el fallo no recaía en estas diferencias, sino que la música escogida no era la adecuada a su persona-gusto. El primer síntoma que hizo rechazar la idea de un corte generacional, se produjo cuando llego a casa tras haber comprado unos cuantos discos, entre los cuales se incluía Hostal Pimodan de Lori Meyers. Sorprendentemente, en aquellas vacaciones de verano, fue este disco el que marcó el inicio de una simbiosis musical con trayectoria exponencial tendiente a infinito; además de convertirse en el primer concierto en compañía del amigo Fran.
Comenzaba bachillerato. Me introducía en dos años oscuros pero no negros, una nueva etapa adolescente de carácter negativo se ponía enfrente de mí. Ello deriva en escuchar nuevos géneros-estilos musicales: trip-hop, una y otra vez la discografía de Radiohead, algo de post-punk y mi tío me regalaba el Kind of Blue de Miles Davis. Con este momento de evolución musical-personal – y Morente-, es cuando se asienta de forma ya fluida y perenne, la conexión musical padre-hijo.
No me voy a enrollar más con chorradas mías de la relación interpersonal con mi padre –aunque lo dejo todo a medias tintas-, así que voy a optar por volver a los inicios del texto y a las sensaciones que me producía la bolsa Fnac de cuantioso tamaño. Dejaba tirados encima de la cama todas mis prendas de calle para ir directo y con ansia a sacar el contenido de la bolsa. A simple vista, podía intuir que más o menos podría haber entre 10-12 discos, a un tamaño medio de grosor de unos 3-4 cm. Introducía las manos, palpando el interior, haciéndose mis expectativas ciertas. En el otro extremo de la casa, escuchaba algún grito para que fuese a cenar, pero mentalmente abstraído en lo mío, sudaba olímpicamente de cuestiones alimenticias, conllevase lo que conllevase. Ahí estaban, diez discos colocados en columna encima de la mesa redonda de cristal. El primero lo conocía, se trataba del último de PJ Harvey, luego venía Scremadelica (por fin, ya era hora), el último de Wilco (portada y disco muy chulo), unos cuantos de relleno y una sorpresa para el final.
Un disco con una portada que parecía haber sido realizada por el editor de imagen oficial de Bollywood –yo pensaba que carajo había comprado este hombre-, pero pronto percibí la presencia de los nombres Pepe Habichuela y Javier Limón, además de que la portada anunciaba el apellido Shankar. Corroído por la curiosidad, me puse a escuchar Anoushka Shankar y su disco Traveller y a cotillear vía Internet sobre ese nombre de mujer totalmente desconocido para mí. Cuarenta minutos más tarde estaba diciendo: “Así da gusto marcharse a la cama”.